jueves, 19 de agosto de 2010

CRÍTICA LIBERTAD POSITIVA Y LIBERTAD NEGATIVA



El problema central de la política siempre ha versado sobre la cuestión de la obediencia y la coacción, ¿Por qué debo obedecer a otra persona?, ¿Por qué no puedo vivir como yo quiera?, ¿Tengo que obedecer?, Si no obedezco, ¿puedo ser coaccionado?, ¿Por quién, hasta qué punto, en nombre de qué y con motivo de qué?.

Las respuestas acerca del límite admisible de coacción reflejan dos puntos de vista opuestos. En efecto, la palabra libertad prevé dentro de su significación dos sentidos. Entre los que destacan:

• Sentido negativo: Es el que aparece en la respuesta que contesta a la pregunta: ¿Cómo es el espacio en que al sujeto se le deja o se le ha de dejar que haga o sea lo que esté en su mano, hacer o ser sin la interferencia de otras personas.
• Sentido positivo: Es el que aparece de la respuesta que contesta a la pregunta: ¿Qué o quién es la causa de control o interferencia que puede determinar que alguien haga o sea una cosa u otra?.

Expuesto lo anterior, cabe señalar que por lo que respecta a la Libertad Negativa, se entiende que ser libre es que los otros individuos no interfieran en mi espacio, mismo que no debe ser ilimitado ya que tildaría en lo que conocemos ahora como libertinaje provocando un caos social, toda vez que no se podrían satisfacer las necesidades de todo el conjunto de individuos que conforman la sociedad, imperando primeramente las necesidades de los más individuos más fuertes que cohabitan en la sociedad en comento.

El problema más frecuente que se suscitaba ante este tipo de libertad fue el surgimiento de los “hombres compradores” quienes ejercían una libertad de mercado, sin embargo, esta libertad no se presentaba como tal ya que dichos individuos estaban esclavizados a mantener el “status” obtenido para aparentar hacia los demás, adquiriendo más objetos materiales, prevaleciendo el consumismo y la eterna aplicación de la ley de mercado.

La problemática expuesta en el párrafo inmediato anterior se ejemplifica en la Revolución Americana, en la cual, en lugar de obtener una verdadera libertad, lo que se generó fue la libertad de mercado antes mencionada.

En tal sentido, el alcance de mi libertad parece depender de algunas cuestiones como son:
• ¿Cuántas posibilidades de acción se me presenten?
• Lo fácil o difícil que resulte realizar tales posibilidades, es decir, la factibilidad.
• Lo importante que sean esas posibilidades, al compararlas entre sí y atendiendo a mi plan de vida, carácter y circunstancias.
• De lo expuestas o no que estén a acciones intencionales humanas
• Del valor que atribuya a estas posibilidades no sólo el que va a obrar sino el sentir general de la sociedad en que se vive.

Ejemplos:
• Ejercicio del voto.
• Acceso a la Educación.
• Expedir la credencial de elector al cumplir 18 años de edad.
• Participar en las elecciones como funcionario de casilla.
• Reciclar la basura y dividirla en Orgánica e Inorgánica.
• Denunciar ante la función pública a un servidor público corrupto.

En cuanto a la Libertad Positiva, El sentido positivo de la palabra libertad se deriva del deseo por parte del individuo de ser su propio amo.

La libertad que se funda en que uno sea su propio amo, y la libertad que se funda en que otros hombres no impidan a uno elegir, pudieran parecer a primera vista, conceptos que no distan lógicamente mucho el uno del otro y que no son más que las formas positiva y negativa de decir la misma cosa.

Una manera de clarificar esto, es la circulación que adquirió la metáfora de ser amo de uno mismo que, en origen era inofensiva. Soy mi propio amo: no soy esclavo e ningún hombre.

La Libertad Positiva implica una obediencia a las Leyes Perfectas, sin embargo, no existen Leyes Perfectas que es un absoluto sino que sólo existe lo relativo.

Ejemplo:
• Que los patrones de las empresas observen las Normas Oficiales Mexicanas en materia de seguridad e higiene.
• El pago de impuestos.
• Que los servicios y los productos que ofrecen los comerciantes no excedan del precio que tienen los mismos en el mercado.
• El pago de participación de utilidades a los trabajadores de la empresa.
• Que los patrones paguen aguinaldo antes del 20 de Diciembre.

El objetivo de Berlín en su ensayo “Dos conceptos de Libertad”, consistió en identificar la perversión de la libertad que se encontraba en la raíz del proyecto totalitario, y defender un concepto de libertad como no interferencia que, al establecer límites legales al poder coercitivo del estado, infiere diversas repercusiones en el ámbito de la política.

En este sentido, Berlín no propone una defensa de principios del pluralismo sino sólo una defensa pragmática, y no confronta satisfactoriamente el problema del relativismo moral.

lunes, 16 de agosto de 2010

ENSAYO DEL LIBRO "LA GUERRA DE GALIO"


En la obra “La Guerra de Galio”, escrita por el historiador Héctor Aguilar Camín, se aprecia el desarrollo de la política mexicana desde el año 1968, en el que prevalecían los movimientos políticos y estudiantiles que culminaron con la matanza de un número indeterminado de personas en la Plaza de las 3 Culturas en Tlatelolco, así como el movimiento de los agraristas encabezado por la Liga 23 de septiembre y cuyo líder, en el estado de Guerrero, fue Lucio Cabañas encargado de llevar a cabo dicha movilización; hasta el año de 1986, en que culmina la obra con el supuesto asesinato de Carlos García Vigil, acontecimiento que ocurrió de manera muy sospechosa y se puede decir que hasta confusa. Fue un periodo extremadamente violento, donde la lucha por la libertad en general y en lo particular por la libertad de expresión así como por la existencia de una verdadera democracia constituyó los principales eventos que prevalecían a lo largo de la historia relatada.

Lo expuesto con antelación sólo destaca el enorme abismo que existía entre el Estado y sus instituciones y el pueblo, la ausencia de una verdadera libertad, circunstancia que se hace evidente cuando detienen a Santiago, integrante de la Liga 23 de Septiembre y hermano de Santoyo, por “Difundir ideas exóticas y tener en su local propaganda comunista”, la inexistencia de un sistema político en el cual la gente pudiera convivir pacíficamente y por ende de la pluralidad.

Todos los acontecimientos antes señalados eran cubiertos por el periódico La República cuyo director era el periodista Octavio Sala, medio de comunicación del que, posteriormente, muy a pesar de sus raíces de historiador e investigador, formó parte integrante Carlos García Vigil, quien entró en contacto y amistad con el director del diario La República, luego que éste leyera su ensayo “Historia de Cosío Villegas”, publicado en el suplemento cultural Lunes, contenido en el mismo diario. De esta manera, poco a poco se convierte en su mano derecha, amigo leal y aliado durante siete años, empezando su carrera periodística haciendo reseñas bibliográficas de literatura en el suplemento cultural antes señalado, para posteriormente realizar breves reportajes y editoriales, hasta convertirse en una de las mentes más brillantes que hubiera laborado en La República, enfocándose el autor en la importancia que revestía la prensa para la libertad y el alcance de la democracia, ideales que sólo se podían lograr mediante la vida activa y no la contemplativa, definidas por Hanna Arednt.

En efecto, la vida activa antes señalada no sólo se dio en los movimientos políticos y estudiantiles de la Liga del 23 de septiembre, sino también en el periódico mismo de la República al acordar, durante una de sus reuniones de personal o tenidas, exponer los hechos como son así como una averiguación directa de “temas intocados de la realidad nacional, renunciando así a la vida contemplativa que habían estado ejerciendo durante la primera etapa del periódico y que consistía en “cuidar las apariencias para no dar pena ni facilitar nuevas agresiones”, donde el país sólo se exhibía como “un sistema ordenado en el que todo acontecimiento remite a una causa y en el que no hay lugar para la libertad”, es decir donde sólo existe la certeza y no así la contingencia prevista por la vida activa de Arendt.

Uno de los factores que sirvió de parteaguas para llegar a ese acuerdo, fue el cambio radical que había sufrido la plantilla que conformaba el diario de La República, ya que sus hacedores originales fueron cristeros y conservadores, antiagraristas y proamericanos, en cambio ahora, estaba conformado mayormente por democristianos y liberales, antipriístas y antigubernamentales, quienes procuraron alcanzar la excelencia mediante el manejo de la lengua y la habilidad argumentativa.

Al plantearse este cometido para el surgimiento de un periódico verdaderamente fidedigno, empezaron a surgir los cuestionamientos acerca de ¿Cuál es el límite que el periódico, como medio de comunicación, debe traspasar para el conocimiento de la verdad? así como ¿Hasta qué punto la verdad conocida beneficia al bienestar común de la sociedad?, esto tomando en consideración además las agresiones y afectaciones que sufrieron en detrimento de su patrimonio, a las que se vieron sujetos los integrantes de la República quienes, al destapar la represión que ejercía el gobierno hacia los líderes e integrantes de los movimientos políticos y estudiantiles de la época, los asesinatos que éstos sufrieron de manera misteriosa y sin resolver, así como la corrupción que se ha venido desenvolviendo hasta la era actual, imperando la violencia aludida por Arednt.

Juntos, Sala y Vigil y el demás equipo integrante del diario lucharon porque La República no hiciera concesiones de ningún tipo al gobierno, a pesar de la ayuda monetaria y posteriormente amenazas que recibía por parte de ciertos personajes adscritos a la Secretaría de Gobernación, entre los que figuraba Abel Acuña, hasta que Sala perdió la dirección del diario por conflictos internos y externos, con Rogelio Cassauranc por el desacuerdo y la renuncia sobre los derechos de Matapalos II, y verse en la necesidad de fundar otro diario: La Vanguardia, mismo que tomara la línea del anterior, en forma todavía más severa e independiente.

Otra esfera de la sociedad donde, a consideración de Galio Bermúdez, asesor del Secretario de Gobernación y adulador político que entabla una relación de conveniencia con Carlos Vigil a fin de atenuar las notas periodísticas publicadas en la República reformada y posteriormente en la Vanguardia, se apreciaba la vida política del país, fueron los sótanos en donde se gestaban circunstancias de cambio y florecía la guerrilla urbana, generándose la acción a la que aludía Hannah Arendt constituida de la práctica (praxis) y el discurso (lexis).

Galio Bermúdez era quien más frecuentaba esos sótanos políticos y era quien, a mi parecer, cuestionaba de una forma más severa las ideas y pensamientos históricos y políticos de Carlos Vigil, a quien frecuentemente llamaba “querido” y “promesa”, definiendo la historia de México como el “recuento falso de los caprichos de un poder displicente” y que la encarnación mayor de ese poder es Antonio López de Santa Anna debido a que nadie ejemplificaba de mejor manera el Presidencialismo Mexicano, por eso Galio apuntó y corrigió, de manera muy evidente, a Carlos al cuestionarle sobre el Texto Fundamental de la Historia de México, respondiendo este último que era el arrepentimiento de Hidalgo, a lo que Galio refutó que no, que el Texto Fundamental lo antes señalado eran las Memorias del General Antonio López de Santa Anna, a quien se le ha señalado como un ser autoritario, titular de un gobierno despótico.

Autoritarismo que si bien fue en menor dimensión a la ejercida durante el gobierno de Santa Anna, continuó durante el gobierno del PRI con los 70 años de dictadura moderna que ejerció dicho partido político y que se aprecia en el desarrollo de la novela, al especularse sobre la persona en la que recaería la próxima candidatura presidencial, figurando el Secretario de Hacienda, el Secretario de Gobernación y el Secretario del Trabajo, arriesgándose el diario de la República a publicar, sin certeza alguna más que el simple uso de la lógica y el repaso de los hechos acontecidos, a señalar quién sería el próximo candidato presidencial y cómo afectaría el desenvolvimiento del diario, implicando ese riesgo a que el pensamiento crítico efectuado fuera carente de razón, estando obligados a “responsabilizarse de uno mismo”, es decir de lo dicho, generando la inquietud establecida por Ortega y Gasset.

Otro punto importante de la historia, es que Octavio Sala, en su lucha por la verdad, esta empecinado por esos años en denunciar la guerrilla clandestina que se vive al interior del país, a partir de la matanza de Tlatelolco, sin que el gobierno admita reconocerla como tal. Santoyo y Paloma, amigos íntimos de Vigil, se adentran en la clandestinidad luego de la muerte de Santiago, hermano de Santoyo, y representan ese mundo que se teje por debajo del mundo mexicano de las apariencias, amparado por los consecutivos gobiernos del PRI y que, obviamente, como todo régimen eternizado en el poder, comete excesos de autoritarismo, alimentando la falacia de la voluntad general conceptualizada por Hanna Arednt, al anteponer el Gobierno sus intereses particulares. El enriquecimiento de la clase política, sus influencias y sus contradicciones, forman la columna vertebral de la denuncia periodística llevada a cabo primero por la República y posteriormente con la Vanguardia, periódico del cual salió Vigil debido a lo que estimo como una traición por parte de Sala al publicar en primera plana la muerte de Santoyo utilizando información que Vigil le solicitó se usara de forma confidencial, a lo que hizo caso omiso al exponerlo como fuente y al exhibir sin misericordia a Galio y a Croix, transgrediendo así Sala la confianza que Vigil depositó en su persona demostrando ser un hombre masa movido por la ambición de vender más ejemplares de su periódico La Vanguardia.

No obstante la acción anterior, a Sala lo comparan a la idea que se plasma en la novela de Billy Budd de Melville, por la supremacía natural que de él emana, describiendo a éste personaje como “el marinero mejor, el más fuerte, el más valiente, el más alegre y el más solidario”, indicando Vigil que “el poder de Sala es como el de la naturaleza, que no sabe que estamos con ella”, sin embargo estimo que otra coincidencia es apreciable mediante la conducta descrita en el párrafo inmediato anterior, toda vez que al traicionar la confianza de Vigil en beneficio propio ha conocido el mal y por ende se ha convertido en alguien malvado tal y como aconteció con Billy Budd al golpear bruscamente al hombre que dio un testimonio falso contra él.

Finalmente, otra de las cuestiones que llamó mi atención como lector, fue la súbita muerte de Carlos García Vigil, quien habiendo quedado en la soledad extrema y por ende en la búsqueda de amoríos con prostitutas, muere a los 40 años de 2 balazos, circunstancia que deja en un estado de confusión al lector, puesto que se desconoce quién fue el autor material e intelectual de ese acto ponzoñoso y cobarde apareciendo dos hipótesis, a saber:


• Que el Gobierno cometió el Asesinato de Carlos Vigil ya que al no aceptar la Dirección del periódico de la República, el cual estaba en su peor momento debido al deficiente manejo que le dio Cassauranc, quedaba como un cabo suelto, un escritor independiente que no se dejaba manipular por el Estado, brillante, sagaz, incisivo y altamente conocedor de las represiones y corrupción que ejercía el Gobierno de la época, lo cual no le convenía a sus intereses.


• Que fue Octavio Sala quien lo asesinó debido a la competencia que implicaría que Vigil asumiera la dirección de la República, en detrimento de las ventas del diario La Vanguarda que él presidía y que era el de mayor circulación de aquélla época, esto sin olvidar el apoyo que recibiría por parte del Gobierno, quien si bien es cierto volvería a manipular las notas y editoriales publicadas como acontecía en el México de las apariencias, también es cierto que el Gobierno llenaría de privilegios y concesiones de carácter económico a cambio de ese favor, desatando en Sala la envidia extrema y la perdición sostenida por Arendt en su reseña de la obra Billy Budd de Mellville.


• Que fue el propio Vigil quien agotado por las circunstancias que lo sobrepasaban fingió su muerte a fin de que el Gobierno lo dejara vivir en Paz y pudiera, por primera vez en su vida, disfrutar de una libertad que aún desconocía toda vez que el tiempo que fungió como periodista degradó y ofendió su naturaleza humana, por lo que ahora era el momento oportuno para ser libre siguiendo sus convicciones y pensamientos ya que como se señala en el texto de Dos Conceptos de Libertad de Hannah Arednt “La única libertad que merece este nombre es la de buscar nuestro propio bien, por nuestro camino propio”, que fue lo que a mi concepción pudo haber hecho Vigil ante tanto hartazgo del ámbito corrompido y oscuro que comúnmente frecuentaba.

Como conclusión, es imposible negar que esta obra presenta de una manera clara y detallada la importancia de la prensa libre para el buen desarrollo y manejo de la democracia, misma que implícitamente da lugar a la pluralidad en el ámbito político anhelada por Arendt, mediante el cual se generaría el potencial de una libertad e igualdad políticas entre las personas quienes al expresar sus ideas, ejercer la objeción de conciencia y participar en la resistencia civil pueden llegar a ser reconocidos por el Estado por sus acuerdos u objeciones existiendo por ende una verdadera unión o integración de intereses de una vida de común dependencia y sacrificio, con una suficiente libertad negativa que les proporcione la posición deseada y se procure evitar el paternalismo político que ha prevalecido desde la época en que se sitúa la obra hasta nuestros tiempos.

viernes, 13 de agosto de 2010

VOLUNTAD GENERAL



En el presente ensayo el objetivo es hacer una crítica constructiva del pensamiento filosófico de Hannah Arendt respecto a los conceptos que ella destaca en el Capítulo de “La Cuestión Social”, contenido en su libro “Sobre la Revolución”, y que ha denominado como voluntad general, piedad, solidaridad, compasión e hipocresía, mismos que se suscitan en la esfera de la sociedad y que por su abstracción el hombre, como componente de la sociedad, no siempre se percata de su existencia.
Tomando en consideración los elementos esgrimidos por la autora en su texto, se puede decir que ella define a la voluntad general como el vínculo espiritual indivisible y unánime que engloba todas las voluntades de los ciudadanos y cuyo enemigo común es el interés particular o voluntad particular de cada individuo, por lo tanto, solamente si este individuo se rebela contra sí mismo y sus intereses particulares, será capaz de originar esta voluntad general, clave del poder político en los gobiernos occidentales y esfera de participación pública de los ciudadanos que conforman la sociedad.
Esta voluntad que antes sólo pertenecía, según sea el caso, al monarca o al gobernante, se traslada al pueblo, constituyéndose así en una supuesta “soberanía popular”, en la que cada hombre se convertiría en un verdadero ciudadano del cuerpo político nacional. Sin embargo, la revolución, como fenómeno social del que surgió el concepto aludido, sólo abría una parte del espacio político, mismo que resultaba ineficiente para el surgimiento de una verdadera participación política, ya que dicha voluntad general se manifestaría a través de representantes, mismos que en cualquier momento podrían anteponer sus intereses particulares a la voluntad general y por ende ir en contra de ella, constituyéndose en enemigos comunes de la misma.
Otra de las características de la voluntad general que se debe destacar es el relativo a la unidad u homogeneidad. Robespierre, fue el exponente que más apeló la voluntad general bajo el argumento de una “necesaria unidad”, indicando que “la única fuerza que podía y debía unir a las diferentes clases de la sociedad de una nación era la compasión de las clases altas por el pueblo bajo, sellan sus acciones por una actitud compasiva hacia los débiles, en un despliegue de sentimientos relativos a lo íntimo, a lo secreto, conformando así la reacción humana más natural frente a los padecimientos de los demás, fundamento auténtico de toda verdadera relación humana natural. En este sentido, la compasión se asemeja al amor, toda vez que anula la distancia, por tal razón, cuando aparece en público se distorsiona y tiene como efecto el desastre: “La compasión desde el punto de vista político, es irrelevante debido a que anula el espacio mundano interhumano donde están localizados los asuntos políticos, la totalidad de la actividad humana. Quienes sufren quedan en el conglomerado mejor denominado como pueblo o masa.
En este sentido, es necesario que el espacio íntimo sea preservado de la luz pública, lugar en el que se encuentra ubicada la hipocresía. Cuando se confunde con virtud ciudadana se torna sospecha y desconfianza que genera terror, destruyendo el espacio de las apariencias que debe ser constantemente validado. Esto llevará al desarrollo del tema de la autenticidad, que implicará el factor ineludible de que la autenticidad de las emociones deba ser probada de manera permanente. Sometida a una perpetua validación. Convirtiendo la compasión en piedad al sacarla a la luz, pues entonces ya no podía dirigirla hacia padecimientos específicos ni enfocarla sobre personas particulares.
Por su dirección particular la compasión impide el intercambio porque sólo es enviado hacia quien la padece. Arendt puntualiza que la compasión, por lo general, no se propone transformar las condiciones del mundo a fin de aliviar el sufrimiento humano, pero si lo hace, evitará el largo fatigoso proceso de persuasión, negociación y compromiso, que es característica de la política, y en su lugar prestara su voz al que sufre y por tanto anulará la deliberación.
Arendt hizo se manifestó respecto a que la compasión fue descubierta y comprendida como una emoción o un sentimiento y el sentimiento que corresponde a la pasión de la compasión es ciertamente la piedad. Dentro de este estado de cosas, jugó un papel relevante la influencia, que para los revolucionarios franceses, tuvieron las ideas de Rousseau quien en su “rebelión contra la alta sociedad” de los salones apeló a los asuntos del corazón y tematizó el papel de la intimidad contra “la falta de corazón de la razón”. Si a él se le debe haber introducido la compasión en la teoría política al tematizar los aspectos relativos a las emociones, a Robespierre se le puede atribuir el haberlo llevado a las calles.
De tal forma, mientras la piedad empujó a los revolucionarios hacia los oprimidos (como forma pervertida de la compasión) la alternativa que se mostró es la solidaridad “que funda desapasionadamente una comunidad de intereses con los explotados”, y en este aspecto “la solidaridad pudo abarcar a una multitud porque participaba de la razón. Aún cuando podía ser promovida por el padecimiento, se circunscribía a ideas. Robespierre sucumbió ante los encantos de la solidaridad y la confundió nombrándola virtud.
La única problemática que se suscita con la solidaridad, es que aún cuando, al igual que la piedad, tiene la capacidad para establecer distancias (circunstancia que no acontece con la compasión), tiene el efecto de llegar a ser disfrutada en sí misma y conducir a la glorificación de su causa. La solidaridad es un sentimiento que sale a la luz pública y abarca la multitud, eventos ambos que llevan a distorsionar el sentido político puesto que se pierde toda capacidad de relación con personas singulares y llega un momento en que se torna un sentimiento que llega a ser disfrutado en sí mismo, lo cual, puede llevar a la paradójica situación de requerir la existencia de los desgraciados para su propio mantenimiento.
En este aspecto, Robespierre realiza un “elogio delpadecimiento” y al confundir la virtud con el padecimiento, abre un cauce para dar énfasis a una inimaginable capacidad para la crueldad en los revolucionarios. De tal manera, el terror y la violencia imperantes en el movimiento francés tuvieron como palanca la confusión de ámbitos y “los recursos del corazón” antes aludidos. De esta forma, la solidaridad aparecería caracterizada por la capacidad para entregarse al padecimiento de los demás.
En este sentido, la compasión consistía en que abría el corazón del que padece a los sufrimientos de los demás, por lo que establecía y confirmaba el vínculo “natural” entre los hombres. Donde terminaba la pasión, es decir, la capacidad para el padecimiento, y la compasión, esto es, capacidad de padecer con los demás, comenzaba el vicio.
Al respecto Arednt hace especial énfasis en que, desde el punto de vista político respecto a las circunstancias que acontecieron en Francia, “puede decirse que el mal de la virtud robesperiana consistió en no haberse puesto ninguna limitación”. Bajo la proclama de la virtud, lo que en realidad sucedió con Robespierre fue que estaba en germen la aparación del Terror.
Al entender a la voluntad, como una e indivisible, se sustituía a la república por el pueblo, lo cual significaba dejar de lado a las instituciones seculares a favor de la voluntad abstracta del pueblo. Esto llevó a que para Robespierre la aspiración fuera la unanimidad y no el acuerdo de la mayoría. El cuerpo político debía operar como un solo individuo, y por tanto el enemigo a vencer sería entonces el interés particular de cada uno. La única fuerza capaz de proporcionar cohesión a las clases de la sociedad dentro del molde de lo que conocemos como Nación.
Lo anterior constituye la configuración de la ideas de autonomía de la política que Arendt transcribe con sus ideas rectoras de libertad y pluralidad en su libro “Sobre la Revolución”.

jueves, 12 de agosto de 2010

DOS CONCEPTOS DE LIBERTAD


La teoría política es una rama de la filosofía moral que tiene su origen en el descubrimiento, o aplicación, de ideas mortales en la esfera de las relaciones políticas.
El problema central de la política estriba sobre la cuestión de la obediencia y la coacción, ¿Por qué debo obedecer a otra persona?, ¿Por qué no puedo vivir como yo quiera?, ¿Tengo que obedecer?, Si no obedezco, ¿puedo ser coaccionado?, ¿Por quién, hasta qué punto, en nombre de qué y con motivo de qué?.
Las respuestas acerca del límite admisible de coacción reflejan dos puntos de vista opuestos. En efecto, la palabra libertad prevé dentro de su significación dos sentidos. Entre los que destacan:
• Sentido negativo: Es el que aparece en la respuesta que contesta a la pregunta: ¿Cómo es el espacio en que al sujeto se le deja o se le ha de dejar que haga o sea lo que esté en su mano, hacer o ser sin la interferencia de otras personas.
• Sentido positivo: Es el que aparece de la respuesta que contesta a la pregunta: ¿Qué o quién es la causa de control o interferencia que puede determinar que alguien haga o sea una cosa u otra?.

EL CONCEPTO DE LIBERTAD NEGATIVA.

Normalmente se dice que soy libre en la medida en que ningún hombre ni ningún grupo de hombres interfieren en mi actividad. En este sentido, la libertad política es el espacio en el que un hombre puede actuar sin ser obstaculizado por otros.

Al respecto se suscita el concepto de coacción, el cual implica la interferencia deliberada de otros seres humanos dentro de un espacio en el que si ésta no se diera yo actuaría. Sólo se carece de libertad política cuando son seres humanos los que me impiden alcanzar un fin. La impotencia para alcanzar un fin no indica la falta de libertad política.

Lo anterior queda de relieve en el uso de expresiones modernas tales como “libertad económica” y “esclavitud económica”. Me considero víctima de coacción o esclavitud únicamente cuando creo que mi incapacidad para alcanzar determinada cosa se debe a la circunstancia de que determinados seres humanos me han hecho algo a mí que me impide tener dinero bastante para pagarle. En otras palabras, este uso del término depende de una teoría social y económica particular acerca de las causas de mi pobreza o debilidad. Si mi falta de medios materiales se debe a mi discapacidad mental o física, sólo diré que he sido privado de libertad (y ya no hablaré sólo de pobreza) si acepto la teoría.

Hablaré de esclavitud u opresión económica si creo que me encuentro en estado de necesidad por culpa de una organización particular que considero injusta. El criterio de opresión refiere al papel que creo juegan otros humanos, directa o indirectamente, intencionadamente o sin querer, a la hora de frustrar mis deseos. Entiendo por ser libre, en este sentido, no ser importunado por otros. Cuanto mayor sea el espacio de no interferencia mayor será mi libertad.

Los filósofos políticos ingleses clásicos suponían que, en cuanto al espacio, éste no podía ser ilimitado porque si lo fuera ello comportaría una situación en la que los hombres no podrían ser satisfechas y, además, las libertades de los débiles serían suprimidas por los fuertes. Por lo tanto, el ámbito de las acciones libres de los hombres debe estar limitado por la ley. Locke, Mill, Constant y Tocqueville estimaban que debía existir un cierto ámbito mínimo de libertad personal que no podía ser violado bajo ningún concepto, pues si tal ámbito se traspasaba, el individuo se encontraría encajonado en un espacio insuficiente incluso para el desarrollo mínimo de sus facultades, coligiéndose que hay que trazar una frontera entre el ámbito de la vida privada y el de la autoridad pública ya que la libertad de unos depende de la contención de otros.

Locke, Smith y Mill también consideran que la armonía social y el progreso son compatibles con el establecimiento de un amplio territorio reservado a la vida privada a la que tendría vedado el acceso el Estado o cualquier otra autoridad. Hobbes indicaba que para evitar que los hombres se destruyan y conviertan la vida social en una jungla o una selva, hay que instituir salvaguardas mayores para mantenerlos a raya. Aumentar el territorio sujeto a control centralizado y reducir el propio del individuo. Al final, ambas opiniones convergen en que una parte indeterminada de la vida humana ha de permanecer independiente de la esfera de control social. Invadir este vedado, por poco que fuera, sería despotismo.

En este sentido, tenemos que preservar un ámbito mínimo de libertad personal para “no degradar o negar nuestra naturaleza”. No podemos ser absolutamente libres y tenemos que ceder algo de nuestra libertad para preservar el resto. Pero rendirla toda es destruirnos a nosotros mismos. ¿Cuál debe ser ese mínimo? Aquél que un hombre no puede ceder sin ofender la esencia de su naturaleza humana.

La libertad en este sentido significa estar libre de: ausencia de interferencia más allá de una frontera, variable, pero siempre reconocible: “La única libertad que merece este nombre es la de buscar nuestro propio bien, por nuestro camino propio”. Si esto es así, ¿puede justificarse la coacción? Mill indicó que si se podía, toda vez que la justicia exige que cada individuo disfrute de un mínimo de libertad necesariamente ha de contenerse al resto de los individuos, si es necesario por la fuerza, para que nadie quede privado de ella. De hecho, la función del derecho se reduce a la prevención de tales conflictos: el Estado queda reducido a lo que Lasalle describió con desdén como funciones propias de un sereno o de un guardia de tráfico.

La defensa de la libertad tiene como fundamento el fin “negativo” de evitar la interferencia. Amenazar a un hombre con la persecución es pecar contra la verdad de que es un hombre, un ser con una vida propia que vivir. Ésta libertad tiene su origen en esta muy discutida concepción individualista del hombre.

Hay que señalar tres hechos referidos a esta posición.

1. En primer lugar, Mill confunde dos ideas distintas como se aprecia a continuación:
• Que toda coacción, en tanto frustra deseos humanos, es mala en cuanto tal, aunque puede que tenga que ser aplicada para prevenir otros males mayores; mientras que la no interferencia, que es lo opuesto de la coacción, es buena en cuanto tal, aunque no es lo único que es bueno. Esta es la concepción negativa de la libertad en su forma clásica.
• La otra idea es que los hombres deben intentar descubrir la verdad y desarrollar un cierto tipo de carácter que Mill aprobaba –crítico, original, imaginativo, independiente, etc.-, quela verdad puede descubrirse y que este tipo de carácter sólo puede engendrarse en condiciones de libertad.

La conexión que existe entre ellos es empírica. Nadie defendería que la verdad o la libertad de expresión puede florecer allí donde el dogma aplasta todo. Pero las pruebas que arroja la historia apuntan a que la integridad, el amor a la verdad y el individualismo apasionado, prosperan tanto en comunidades regidas por una disciplina severa o entre aquellos que están bajo disciplina militar, y si esto es así el argumento de Mill a favor de la libertad como condición necesaria para el desarrollo del genio humano cae por su propio peso.

2. En segundo lugar, la doctrina de Mill es relativamente moderna. El deseo de que no se metan con uno, que le dejen en paz, ha sido el distintivo de una refinada civilización, tanto por parte de individuos como de comunidades. El sentido mismo de la privacidad, de un ámbito de relaciones personales sagrado por derecho propio, se deriva de una concepción de libertad que, a pesar de sus raíces religiosas, en su estado desarrollado apenas es más antigua que el Renacimiento o la Reforma. Por último, su decadencia señalaría la muerte de una civilización, de toda una concepción ética.

3. La tercera característica de esta idea de libertad consiste en que ésta no es incompatible con ciertos tipos de autocracia o, en cualquier caso, con la ausencia de autogobierno. La libertad, en este sentido, tiene que ver con el territorio de control y no con su origen. Del mismo modo que una democracia puede privar, de hecho, al ciudadano individual, de gran número de libertades de las que podría disfrutar en otro tipo de sociedad.

La libertad, considerada en este sentido, no tiene conexión lógica alguna con la democracia o el autogobierno. El autogobierno puede proporcionar, como mucho, una protección mayor de las libertades civiles que otros regímenes, y como tal ha sido defendido por los liberales. Pero no hay una conexión necesaria entre libertad individual y el gobierno democrático. La respuesta a la pregunta ¿quién me gobierna? es lógicamente diferente de la que responde a la pregunta ¿hasta qué punto sufro la interferencia del gobierno?. En esa diferencia es en la que se funda en último término la clara oposición que hay entre los conceptos de libertad positiva y negativa. El sentido “positivo” de libertad no queda iluminado cuando respondo a la pregunta ¿Qué soy libre de hacer o ser?, sino cuando respondo a las preguntas ¿Por quién soy gobernado? O ¿Quién me dice lo que tengo que hacer y dejar de hacer?. La conexión que hay entre la democracia y la libertad individual es mucho más tenue de lo que les parece a muchos defensores de ambas.

En esta concepción positiva de la libertad –no estar libre de algo, sino ser libre para algo, para conducir una forma de vida determinada. La que los seguidores del concepto negativo de libertad representan, a veces, como poco más que un disfraz que esconde la más brutal tiranía.

EL CONCEPTO DE LIBERTAD POSITIVA.

El sentido positivo de la palabra libertad se deriva del deseo por parte del individuo de ser su propio amo.

La libertad que se funda en que uno sea su propio amo, y la libertad que se funda en que otros hombres no impidan a uno elegir, pudieran parecer a primera vista, conceptos que no distan lógicamente mucho el uno del otro y que no son más que las formas positiva y negativa de decir la misma cosa.

Una manera de clarificar esto, es la circulación que adquirió la metáfora de ser amo de uno mismo que, en origen era inofensiva. Soy mi propio amo: no soy esclavo e ningún hombre.

En el texto se aprecia el yo dominante y lo que en ellos naufraga.

Ese yo dominante se ha identificado de formas distintas, a saber:
• Con la razón;
• Con mi “naturaleza superior”;
• Con el yo calculador, que pospone la satisfacción de la voluntad al largo plazo;
• Con mi yo real, ideal o autónomo;
• Con mi mejor yo.

Los dos yoes pueden representarse divididos por un abismo, ya que el yo auténtico puede concebirse como algo que va más allá del individuo, como una totalidad social de la que el individuo es un elemento o una parte. Esta entidad se identifica entonces como el verdadero yo que, imponiendo su voluntad única, colectiva u orgánica sobre sus miembros recalcitrantes, realiza su propia libertad superior, es decir, la de ellos. Pero lo que hace que este tipo de lenguaje resulte convincente es que reconocemos que es posible, y a veces justificable, coaccionar a determinados hombres en nombre de algún fin, fin que ellos mismos buscarían si fueran más cultos, pero que no lo hacen por ceguera, ignorancia o corrupción. En realidad tienen a lo que deliberadamente se oponen en su estado de ignorancia porque existe en ellos una entidad oculta y que esa entidad, aunque falsamente representada por lo que manifieste sienten, hacen y dicen, es su verdadero yo, del que el pobre yo empírico situado en el espacio y el tiempo puede que no sepa nada o muy poco; y que en ese espíritu interior es el único yo que merece que sus deseos sean tomados en consideración. Una vez adopto este punto de vista, estoy en situación de ignorar los deseos expresos de hombres y sociedades, de intimarles, de oprimirlos y torturarlos en nombre de su verdaderos yoes y por su bien, en la seguridad de que sea cual sea el verdadero fin del hombre ha de ser idéntico a su libertad, la libre elección de su yo, verdadero, aunque con frecuencia sumergido e inarticulado.

Una cosa es decir que puedo ser coaccionado por mi propio bien porque estoy demasiado ciego para verlo, esto puede, ocasionalmente, ir en mi propio beneficio; hasta puede ampliar el alcance de mi libertad. Otra cosa es decir que, puesto que es mi bien, no estoy siendo coaccionado, que lo habría deseado, lo sepa o no, y que soy libre, aunque mi cuerpo terrenal y pobre espíritu lo rechacen amargamente y luchen a la desesperada contra aquellos que, quizá benevolentemente, tratan de imponérmelo.

Esto demuestra que las concepciones de la libertad derivan directamente de la visión que se tenga de lo que constituye un yo, una persona, un hombre. Basta con manipular la definición de hombre y podrá hacerse que la libertad sea la que quiera el manipulador. La historia reciente ha dejado muy claro que esta cuestión no es meramente académica.

Las consecuencias de distinguir entre dos yoes se clarifican todavía más si atendemos a las dos formas principales que ha tomado históricamente el deseo de autogobierno –de ser dirigido por el verdadero yo de uno, la primera es la de autonegación al objeto de alcanzar la independencia; la segunda es la de autorrealización, o la autoidentificación total con un principio o ideal particular para alcanzar idéntico fin.




LA RETIRADA A LA CIUDADELA INTERIOR.

Se trata de una forma de búsqueda de seguridad, pero se la ha llamado también búsqueda de libertad o independencia personal o nacional.

Soy libre porque soy autónomo y tanto más libre cuanto más autónomo. La libertad es obediencia pero, en palabras de Rousseau, “obediencia a la ley que uno se ha prescrito” y ningún hombre puede esclavizarse a sí mismo. La heteronomía es depender de de factores externos, prestarse a ser un juguete del mundo exterior que no puedo controlar y que por tanto me controla y me esclaviza.

Si la esencia del hombre consiste en que son seres autónomos entonces nada hay peor que tratarlos como si no fueran autónomos, como objetos naturales, accionados por influencias causales, como criaturas a merced de estímulos externos, cuyas elecciones pueden ser manipuladas por sus gobernantes mediante la amenaza de la fuerza o el ofrecimiento de recompensas. Significa tratar a los hombres como si no fueran libres, como un material humano que yo, el reformador benévolo, moldeo de acuerdo con los propósitos que yo libremente, y no ellos, he elegido.

Manipular a los hombres y lanzarlos hacia fines que tú conoces, pero los demás quizá no, es negar su esencia humana, es tratarlos como objetos hueros de voluntad propia. Es, en suma degradarlos. Es por esto por lo que mentir a los hombres o engañarles, es decir, usarlos como medios para fines que yo he concebido al margen de ellos, y no para los suyos propios, aunque sea en su propio beneficio es, en efecto, tratarles como infrahumanos y actuar como si sus fines fuesen menos fundamentales y sagrados que los míos. ¿En nombre de qué puedo justificar forzar a los hombres a hacer lo que no quieren o no consienten? Solamente en nombre de un valor superior a ellos mismos. Pero si, como sostenía Kant, todos los valores se constituyen como tales en virtud de los actos libres de los hombres y sólo se llaman valores en cuanto que son así, no hay ningún valor superior al individuo. Esto es coaccionar a los hombres en nombre de algo que es menos último que ellos mismos, someterles a mi voluntad o al deseo particular de otro (u otros) para su felicidad, ventaja personal, seguridad o conveniencia.

El individuo libre de Kant es un ser trascendente que está más allá del reino de la causalidad natural. Es una forma de individualismo protestante secularizado en el que el puesto de Dios es ocupado por la idea de la vida racional y el puesto del alma individual que tiende a la unión con Él es sustituido por la idea del individuo, dotado de razón, que ansía ser gobernado por la razón y sólo por la razón y a no depender de nada que pueda engañarle o desviarle atrapándolo en su naturaleza irracional. Autonomía, no heteronomía: actuar y no ser accionado. Emanciparme del miedo, del amor o del deseo de parecerme a los demás es liberarme del despotismo de lo por mí no controlado. Sófocles nos señaló que esta experiencia es tan auténtica como la de la emancipación frente al tirano o del liberto frente a su amo. A esta manera de pensar y de hablar corresponde la experiencia psicológica de observarme a mí mismo cediendo ante un impulso interior, obrando por un motivo que rechazo, razonando después que no era yo o que había perdido el control de mí mismo cuando lo hacía. Las consecuencias de mis actos carecen de importancia porque no los controlo: sólo son importantes mis motivos.

El hombre verdaderamente libre –decía Rousseau- no quiere más de lo que lo puede y hace lo que le place. En un mundo en que puede hacer muy poco el hombre que busca la felicidad, la justicia o la libertad porque tiene cerradas muchas posibilidades de acción, la tentación de retirarse dentro de sí mismo puede hacerse irresistible.

Lo expuesto con antelación, pone en claro por qué no vale la pena la definición de libertad negativa como posibilidad de hacer lo que uno quiera- la cual por cierto, es la definición que adoptó Mill. Si veo que puedo hacer muy poco o no puedo hacer nada de lo que quiero, lo único que necesito es limitar o extinguir mis deseos y con ello me hago libre.

La autonegación ascética puede ser una fuente de integridad, serenidad o fuerza espiritual, pero resulta difícil entender que se la califique de aumento de libertad. La liberación total en este sentido sólo puede darla la muerte.

A los partidarios del concepto negativo de libertad les podemos disculpar si piensan que la propia abnegación no es el único método de superar obstáculos; que los obstáculos se pueden eliminar; cuando se trata de objetos no humanos a través de la acción física; en caso de resistencia humana, mediante la fuerza o la persuasión, como cuando hago que alguien me tome en consideración o cuando conquisto un país que amenaza los intereses del mío.

LA AUTORREALIZACIÓN.

Se nos dice que el único método para conseguir la libertad es usando la razón crítica, mediante la comprensión de lo necesario y lo contingente. Este es el programa del racionalismo ilustrado desde Spinoza hasta los últimos discípulos de Hegel. Aquello de lo que conoces, de lo que entiendes su necesidad –necesidad racional- no puedes querer que sea de otra manera y seguir siendo racional. Porque querer que algo sea distinto de lo que debe ser pro tanto, dadas las premisas ser ignorante o irracional.

Los deterministas científicos del siglo XVIII creían que el estudio de las ciencias de la naturaleza y el despliegue de las ciencias sociales, basadas en el mismo modelo, dejarían meridianamente claro el funcionamiento de tales causas y de este modo capacitarían a los hombres para reconocer su propio papel en la construcción de un mundo racional, frustrado sólo por el error. El conocimiento libera, como enseñó hace mucho Epicuro, al eliminar automáticamente los miedos y deseos irracionales.

Herder, Hegel y Marx tuvieron sus propios modelos vitalistas en los que la vida social no se entiende por analogía con las matemáticas o la física. También hay que entender la historia, esto es, las leyes distintivas del desarrollo constante, sea a través del conflicto “dialéctico” o de otra manera, que gobiernan a los individuos y a los grupos en su interacción mutua y con la naturaleza. Creer que la naturaleza es estática, que sus propiedades esenciales son las mismas en todo tiempo y lugar, y que tal naturaleza está regida por leyes naturales invariables puede, en principio, crear en cualquier momento una sociedad perfectamente armoniosa mediante la educación y legislación apropiadas. Hegel creía que sus contemporáneos entendieron mal la naturaleza de las instituciones porque no entendieron las leyes que crean y cambian las instituciones y transforman la actividad y el carácter humanos, Marx sostenía que en el camino de los seres humanos no sólo se interponen las fuerzas naturales o las imperfecciones de su propio carácter sino, aún más, el funcionamiento de sus propias instituciones sociales, creadas originariamente por ellos con un fin determinado cuyo funcionamiento entienden ahora de forma sistemáticamente equivocada por lo que se convierten en obstáculos del progreso de sus creadores. Ejemplo: leyes de la oferta y demanda, la institución de la propiedad, entre otros.

Para Marx, entender es actuar de forma adecuada. Solamente soy libre si planifico mi vida de acuerdo con mi propia voluntad. Entender por qué las cosas tienen que ser como han de ser equivale a desear que así sean.

El concepto de libertad aquí contenido no es el de la concepción negativa de un ámbito libre de obstáculos, un vacío en el que nada me estorba, sino el concepto de autogobierno o autocontrol. Puedo hacer lo que me plazca conmigo mismo. Soy un ser racional y no puedo destruir a mi paso, siendo racional, todo aquello que se muestra como necesario e imposible de ser de otra manera en una sociedad racional, es decir, una sociedad orientada hacia fines propios de seres racionales por mentes racionales.

Esta es la doctrina positiva de la emancipación por la razón. Las formas socializadas de la misma, diferentes y hasta opuestas entre sí, se encuentran en el corazón mismo de muchos de los credos nacionalistas, comunistas, autoritarios o totalitarios de nuestros días. En cualquier caso, es esta libertad la que se defiende y por la que se combate, en democracia y en dictaduras, hoy día, en muchos lugares de la tierra.

EL TEMPLO DE SARASTRO.

Aquellos que creían en la libertad como autogobierno racional venían obligados, más tarde o más temprano, a considerar su aplicación no sólo a la vida interior del hombre, sino también a sus relaciones con los otros miembros de la sociedad.

Rousseau, Kant y Fitche acabaron por preguntarse si era posible la vida racional no sólo para el individuo sino para la sociedad, y cómo podía lograrse esto último. Quiero ser libre para vivir como me manda mi voluntad racional. Un Estado racional sería un Estado gobernado por Leyes que ellos mismos habrían promulgado si se les hubiera preguntado qué querían en tanto seres racionales considerarían las fronteras correctas para seres racionales.

Sin embargo ¿quién determinará de hecho esa frontera? Los pensadores de esta línea sostenían que si los problemas morales y políticos son auténticos tienen que ser solubles, esto es, tiene que existir una única solución verdadera para cada problema. Desde este supuesto, se puede solucionar el problema de la libertad política mediante el establecimiento de un orden justo que otorgue a cada hombre la libertad entera a la que como ser racional tiene derecho.

La justicia y la igualdad son ideales que, en las sociedades existentes, todavía precisan de un cierto grado de coacción porque la supresión prematura de los controles sociales conduciría a la opresión de los más débiles y los menos dotados por los más fuertes, los más listos o los menos escrupulosos. Pero, de acuerdo con esta doctrina, es la irracionalidad de los hombres la que les conduce a desear oprimirse, explotarse o humillarse. Los hombres racionales respetarán el principio de la razón en el otro y no tendrán deseo alguno de combatir o dominar. El deseo de dominar es, en sí mismo, un síntoma de irracionalidad, y puede ser explicado y curado por métodos racionales. En una sociedad de seres perfectamente racionales el deseo de dominar a otros hombres estará ausente o será irrelevante. La existencia de la opresión, o la pasión por la misma, es el síntoma principal de que no se ha conseguido la verdadera solución a los problemas de la vida social. La libertad es autogobierno, es la eliminación de los obstáculos interpuestos a mi voluntad, cualesquiera que sean tales obstáculos.

Por otra parte, en la lectura también se indica, que un plan del todo racional, permitirá el desarrollo completo de su “verdadera” naturaleza, el despliegue de su capacidad para la toma de decisiones racionales, logrará que florezca lo mejor de ellos mismos como parte de la realización de mi propio yo verdadero. Todas las soluciones verdaderas a problemas auténticos tienen que ser compatibles; más aún, deben ajustarse en un único todo; pues esto es lo que implica el denominarlas racionales y el denominar armónico al universo.

Racionalidad es conocer las cosas y la gente tal como son: no utilizar piedras para hacer violines ni hacer tocar la flauta a los que han nacido violinistas. Si el universo está regido por la razón, entonces no es necesaria la coacción. Sus leyes serán las normas prescritas por la razón; sólo molestarán a aquellos que aún no han despertado a la razón o que no entienden las necesidades verdaderas de sus yoes verdaderos.

Locke afirma si la ley no existe, tampoco hay libertad, porque la ley racional equivale a la dirección de las acciones de un ser libre e inteligente hacia lo que es de su interés; y no prescribe más cosas de las que son necesarias para el bien general de quienes están sujetos a dicha ley. Montesquieu nos dice que la libertad política no consiste en hacer lo que uno quiera, ni en hacer aquello que permite la ley, sino en poder hacer lo que se debe querer. Burke proclama el derecho del individuo a ser refrenado en su propio interés pues ha de presumirse el consentimiento de toda criatura racional en concordar con el orden de cosas predispuesto.

En este sentido, los fines racionales de nuestras verdaderas naturalezas tienen que coincidir. La libertad no consiste en hacer cosas irracionales, estúpidas o equivocadas. Forzar a los yoes empíricos a que se ajusten a la horma correcta no es tiranía sino emancipación. Rousseau dice que si me doy por entero a la comunidad, se crea una entidad que, dado que se ha construido sobre la renuncia de todos sus miembros, no es onerosa para ninguno de ellos; en tal sociedad se nos informa, nadie tendría interés en dañar a nadie. Kant nos dice que cuando el individuo abandona por completo su libertad salvaje y sin ley para reencontrarla inmaculada en el estado de sujeción a la ley, entonces hay verdadera libertad porque esta dependencia es el resultado de mi propio actuar como legislador. La libertad, hasta entonces incompatible con la autoridad se convierte en algo prácticamente idéntico. Bentham señala que las leyes no sirven para emancipar sino para reprimir; toda ley es una infracción de la libertad, incluso si tal infracción conduce a un aumento de la suma total de libertad.

Una ley que me prohíbe hacer lo que como ser cuerdo no querría, no es una restricción a mi libertad. Sólo un único movimiento social tuvo la audacia de hacer explícito este presupuesto y asumir sus consecuencias: el movimiento anarquista.

No siendo óbice lo anterior, también surge una interrogante la cual estriba en ¿Cómo hacer racionales a los hombres en el sentido antedicho?. Sin duda, a través de la educación, porque los analfabetos son irracionales, heterónomos y necesitan de coacción, aunque sólo sea para hacer tolerable la vida de los racionales si han de vivir en la misma sociedad, y para que no tengan que escapar al desierto o a las cumbres olímpicas. Obligar es también un tipo de educación. La gran virtud de la obediencia se aprende de los superiores.

De igual forma se ha señalado que el fin del Estado es satisfacer tu deseo. La coacción está justificada si se trata de una educación que producirá personas esclarecidas en el futuro. La razón que hay en mi interior, para que triunfe, tiene que reprimir y eliminar mis bajos instintos que hacen de mí un esclavo; de igual manera los elementos superiores de la sociedad pueden ejercer la coacción necesaria para hacer entrar en razón a la parte irracional de la sociedad. Porque al obedecer al hombre racional nos obedecemos a nosotros mismos.

La humanidad es la materia prima sobre la que impongo mi voluntad creadora. Aunque mueran y sufran en el proceso, a través del mismo son elevados a una altura que nunca habrían alcanzado sin mi violación coactiva de sus vidas. Éste es el argumento utilizado por todos los dictadores, inquisidores y matones que buscan justificaciones morales o hasta estéticas a su comportamiento.

Comte expuso que sólo hay, en principio, una única forma de vida correcta; los sabios la dirigen de forma espontánea, por eso se les llama sabios. A los ignorantes hay que empujarles a esta vida por todos los medios sociales en poder de los sabios. Sólo la verdad nos hará libres y la única forma que tengo de aprender la verdad es haciendo ciegamente, hoy lo que tú, que la conoces, me ordenes o me obligues hacer, en la certeza de que sólo así alcanzaré tu percepción esclarecida y seré libre como tú.

Kant reconoce, al ocuparse de temas políticos, que no es concebible que una ley, pueda privarme de parte alguna de mi libertad racional. Con esto queda abierta de par en par la puerta al gobierno de los expertos. No se puede consultar a todo el mundo y en todo momento sobre cada decreto. La acción de gobierno no puede convertirse en un plebiscito continuo. Como legislador o gobernante, he de asumir que si la ley que impongo es racional entonces será inmediatamente aprobada por todos los miembros de la sociedad en tanto seres racionales. Pero si no la aprueban, pro tanto, son irracionales; entonces precisarán de la represión de la razón; y da igual que sea la mía o la de ellos porque los pronunciamientos de la razón han de ser los mismos en todas las inteligencias. Kant quizá protestase aduciendo que la esencia de la libertad del sujeto consiste en que él y sólo él se dé las órdenes a obedecer. Si esto lleva al despotismo, que aunque sea de los mejores o el de los más sabios sigue siendo despotismo, y resulta que es lo mismo que la libertad, coligiéndose la pregunta ¿no será que hay algún error en las premisas del argumento?, resultando pertinente enunciarlos una vez más:
1. Que todos los hombres tienen un único fin verdadero: el autogobierno racional;
2. Que todos los fines de todos los seres racionales han de ajustar necesariamente, en un solo patrón universal y armonioso, que algunos hombres pueden vislumbrar con más claridad que otros;
3. Que todo conflicto y en consecuencia toda tragedia, se debe únicamente al choque dela razón con lo irracional o con lo insuficientemente racional y que tales choques son, en principio, evitables, y de ocurrencia imposible en seres totalmente racionales;
4. Que cuando se haya logrado que todos los hombres sean racionales, obedecerán las leyes racionales de sus propias naturalezas, que son una y la misma en todos ellos, y así estarán simultáneamente sometidos a la ley y serán completamente libres.

LA BÚSQUEDA DE RECONOCIMIENTO.

El confundir la libertad con sus hermanas, la igualdad y la fraternidad, ha llevado a parecidas conclusiones iliberales.

Se ha pensado que puesto que vivo en una sociedad, todo lo que hago afecta a los demás y es afectado por lo que éstos hacen. Incluso la distinción entre la esfera de la vida privada y de la vida social, lograda por Mill, se desvanece si se la analiza al detalle.

No se trata, a fin de cuentas, de que mi vida material dependa de la interacción con otros hombres, sino de que algunas de mis ideas sobre mí mismo, quizá todas, y en particular la concepción que tengo de mi propia identidad moral y social, son sólo inteligibles en los términos de la red social a la que pertenezco.

La falta de libertad de la que se quejan muchos hombres y grupos no es otra cosa que falta de reconocimiento adecuado. Lucho contra esta degradación; no busco la igualdad jurídica de derechos, ni la libertad de hacer lo que quiera, sino un estado de cosas en el que pueda sentir lo que soy, porque se me considera que lo soy, un agente responsable cuya voluntad se toma en consideración porque tengo derecho a ello, incluso si se me ataca y se me persigue por ser lo que soy o por elecciones que hago.

Esto es anhelo y ansiedad de reconocimiento y posición; el más pobre de Inglaterra tiene tanto derecho a vivir como el más grande. Deseo que se me entienda y se me reconozca aunque esto pueda significar ser impopular o poco querido. Las únicas personas que pueden reconocerme así son los miembros de la sociedad. Mi yo individual no es algo que pueda separarse de mi relación con los demás o de aquellos atributos míos basados en su actitud hacia mí. Por tanto, cuando pido que se me libere, por ejemplo, de la condición de dependencia social o política, lo que demando es un cambio de actitud que tienen hacia mí aquellos cuya opinión y comportamiento ayudan a fijar la imagen que tengo de mí mismo.

Lo que demandan las clases oprimidas o las naciones oprimidas, por regla general, no es libertad de acción ilimitada por sus miembros. Lo que quieren, es el simple reconocimiento (de su clase o de su nación, de su color o su raza) como fuente independiente de actividad humana, como una entidad con voluntad propia que busca actuar en concordancia con ella y no ser gobernada, educada, dirigida, aún de la forma más benévola, como si no fuera completamente humana y, por tanto, como si no fuera completamente libre.

Kant hacía énfasis en que el paternalismo es el mayor despotismo imaginable. El paternalismo es despótico no porque sea más opresivo que la tiranía, sino porque es una afrenta a mi propia concepción como ser humano, determinado a conducir mi vida de acuerdo con mis propios fines y, sobre todo, con derecho a ser reconocido como tal por los demás. Porque si no soy reconocido de esta forma, entonces podría no reconocer, podría dudar, de mi propia afirmación como ser humano completamente independiente. Pero también puede que me sienta oprimido en tanto miembro de un grupo no reconocido o no suficientemente respetado. Entonces desearé la emancipación de toda mi clase, de mi comunidad, y puede ser tan fuerte este deseo que prefiera el chantaje y el mal gobierno de alguien de mi propia raza o de mi clase social, por el que a fin de cuentas soy reconocido como un hombre y un competidor, es decir, como un igual, al trato correcto y tolerante de alguien de un grupo superior y distante, alguien que no me reconoce por lo que quiero sentir que soy. Es este deseo de reconocimiento recíproco el que hace que haya gente que prefiera ser miembro, de forma consciente, de la democracia más autoritaria antes que de la oligarquía más ilustrada.

Sin embargo, no es con la libertad individual, tanto en el sentido negativo como en el sentido positivo de la palabra, con lo que, puede identificarse este deseo de posición y reconocimiento. Se trata de algo que los seres humanos necesitan de forma no menos profunda y por lo que luchan de forma apasionada. Aunque implica libertad negativa para todo el grupo, está más relacionado con la necesidad de asociación en igualdad de condiciones, todo lo que se llama a veces –de forma equívoca- libertad social.

La esencia del concepto de libertad tanto en sentido positivo como negativo es oponerse a alguien o algo; a los que se meten en mi terreno, o a los que afirman su autoridad sobre mí.

El deseo de reconocimiento es el deseo de algo distinto; de unión, de integración de intereses de una vida de común dependencia y sacrificio. El grupo del que se busca reconocimiento debe tener un grado suficiente de libertad negativa –respecto al control por parte de la autoridad exterior- puesto que si no es así, el reconocimiento que otorga a la persona que lo demanda no le proporcionará la posición que busca.

Lo que quieren aquellos que están dispuestos a trocar su libertad de actuación individual, y la de otros, por el reconocimiento de su grupo, y el reconocimiento de su posición dentro del grupo, no es meramente rendir su libertad en aras de la seguridad. Lo que buscan está más próximo a lo que Mill denominó “reafirmación pagana”, pero de forma colectiva y socializada.

Asimismo tienen el deseo de afirmar la personalidad de mi clase, de mi grupo o de mi nación, está conectado tanto con la respuesta a la pregunta “¿hasta dónde llega nuestro poder? E incluso más todavía con la respuesta a la pregunta ¿quién nos va a gobernar? –nos gobierne bien o mal, de forma liberal u opresiva pero por encima de todo ¿quién? Respuestas del tipo “representantes elegidos por mí y los demás libremente” se refieren al grado de libertad negativa que demando para mis actividades o las de mi grupo. Cuando ocurre que la respuesta a la pregunta a la pregunta ¿quién me va a gobernar? Es alguien o algo que puedo representarme como propio como algo que me pertenece, o a lo que yo pertenezco.

Es indudable que toda interpretación de la palabra libertad, por poco corriente que sea, ha de incluir un mínimo de lo que se ha denominado libertad negativa. Tiene que haber un espacio en el que se me deje en paz. La gran mayoría de la humanidad ha sacrificado esta libertad a la menor ocasión para otros fines: seguridad, posición, prosperidad y muchos otros valores que parecen incompatibles, con el logro del mayor grado de libertad individual, y desde luego no la necesitan como precondición de su propia realización.

Todo esto tiene poco que ver con la idea de Mill de libertad, limitada tan sólo por el peligro de causar daño a otros. Es el no reconocimiento de este hecho psicológico y político lo que, quizás, ha cegado a algunos liberales contemporáneos respecto al mundo en el que viven. Su alegato es claro, pero no toleran la multiplicidad humana de necesidades básicas, ni soportan el ingenio del que hacen gala los hombres al satisfacerlas, que muestra cómo el camino hacia un ideal conduce también a su contrario.

LIBERTAD Y SOBERANÍA.

La Revolución francesa fue una erupción del deseo de libertad “positiva” de autogobierno colectivo, por parte de un nutrido grupo de franceses que se sentían así liberados como nación.
Rousseau no entiende por libertad la libertad negativa del individuo del que no se le moleste dentro de un espacio particular, sino la posesión por todos los miembros competentes de una sociedad, y no sólo por unos pocos, de la participación en un poder público que tiene derecho a intervenir en todos los aspectos de la vida de los ciudadanos.

Mill explicó que el gobierno del pueblo no significa libertad para todos en el sentido en que él la entiende. Porque aquellos que gobiernan no son el mismo “pueblo” que aquellos que son gobernados, y el autogobierno democrático no es el gobierno de “cada uno por sí” sino, como mucho, “el de cada uno por todos los demás”.

Benjamin Constant apuntó que la soberanía, de unas manos a otras no aumenta la libertad sino tan sólo desplaza la carga de la esclavitud. Asimismo vio que el principal problema para aquellos que desean la libertad “negativa”, individual, no es quien ostenta la autoridad, sino cuánta autoridad ha de ponerse en manos de cualquier tipo de gobierno, porque creía que la autoridad ilimitada, necesariamente, al margen de quien la tenga a su alcance, tarde o temprano, acaba por destruir a alguien.

La democracia puede desarmar a una oligarquía, a un individuo o a un grupo de individuos privilegiados, pero también puede aplastar sin piedad a las personas, igual que a los gobernantes anteriores. El gobierno popular entonces, no es más que una tiranía convulsiva: el gobierno monárquico no es más que un despotismo concentrado. Constant vio en Rousseau al más peligroso enemigo de la libertad individual porque había dicho que dándose cada cual a todos no se da a nadie.

Hobbes, por otro lado, no tenía la pretensión de que los soberanos no esclavizasen sino que justificó tal esclavitud, y al menos no tuvo la desvergüenza de denominarla libertad.

Durante todo el siglo XIX los pensadores liberales defendieron que si la libertad consiste en limitar el poder a aquellos que quieran forzarme a hacer lo que no deseo o desearía, entonces si soy coaccionado en nombre de un ideal, no soy libre; la doctrina de la soberanía absoluta es una doctrina tiránica en sí misma. Si deseo conservar mi libertad hay que crear una sociedad en la que haya fronteras de libertad que nadie estará autorizado a invadir. Se le pueden dar distintos nombres o naturalezas, a dichas fronteras se les puede llamar derechos naturales, palabra de Dios, ley natural y se puede creer que son válidas a priori, afirmar que son mis propios fines últimos o que son los fines de mi sociedad o cultura. Lo que tienen en común todas esas normas es la amplitud de su aceptación, y están tan firmemente fundadas en la naturaleza presente del hombre que llegan a constituir una parte esencial de lo que entendemos por ser humano normal.

La democracia como tal no está lógicamente ligada a ese tipo de libertad, es más, quizá para los liberales, el principal valor de los derechos políticos, de participación en el gobierno, es el de ser medios para la protección de los que consideran el valor último, a saber, la libertad individual, negativa.

Para Constant, Mill y Tocqueville, ninguna sociedad es libre a menos que esté gobernada por dos principios interrelacionados, a saber:

1. Que solamente los derechos, y no el poder, se consideren absolutos, de manera que todos los hombres, posean un derecho absoluto a rechazar comportarse de forma inhumana, y
2. Que hay fronteras que no están trazadas de forma artificial, dentro de las cuales los hombres son inviolables. Estas fronteras están definidas en términos de normas ampliamente aceptadas.

Las normas previamente aducidas, se violan cuando se declara a un hombre culpable sin haber sido juzgado o cuando se le castiga mediante una ley retroactiva, cuando se ordena a los niños que denuncien a sus padres, los amigos a que se traicionen entre sí o a los soldados a que cometan salvajadas. Tales actos, aunque sean legales según el soberano, causan horror hoy en día, y este horror emana del reconocimiento de la validez moral de determinadas barreras absolutas frente a la imposición de la voluntad de un hombre sobre otro. La libertad de una sociedad, de una clase o de un grupo, en este sentido, la palabra libertad, se mide por la solidez de tales barreras y por el número e importancia de las posibilidades a disposición de sus miembros, si no para todos, al menos para un gran número de ellos.

Éste es casi el extremo opuesto respecto a los propósitos de los que creen en la libertad en su sentido “positivo” –de autogobierno. Los primeros querían limitar la autoridad en cuanto tal. Estos últimos quieren que pase a sus manos.

LO UNO Y LO MÚLTIPLE.

Se apoya en la convicción de que todos los valores positivos en que han creído los hombres tienen que ser, en último término, compatibles, e incluso implicarse unos a otros. La verdad, la virtud y la felicidad están unidas a la cadena eterna de los destinos humanos. Es un lugar común que ni la igualdad política, ni la organización eficiente, ni la justicia social son compatibles más que con un poco de libertad individual.

Admitir que la satisfacción de algunos de nuestros ideales puede hacer en principio imposible la satisfacción de otros significa afirmar que la idea de una satisfacción humana total es formalmente una contradicción, una quimera metafísica.

Los hombres conceden un valor inmenso a la libertad de elección. Si tuvieran la seguridad de que existe un estado perfecto, realizable por los hombres en la tierra, en el que no hubiera conflicto entre los fines que ellos persiguen, entonces desaparecerían la urgencia y la angustia de la elección y con ellas la importancia crucial de la libertad de elección. El uso de cualquier método estaría justificado para acercarse a ese estadio último, sin que importara cuánta libertad habría que sacrificar en el avance.

El concepto de libertad positiva es central en las exigencias de autogobierno nacional o social que animan a los movimientos públicos más poderosos y más justos en sentido moral de nuestro tiempo, y que no reconocer esto es malinterpretar los hechos y las ideas más vitales de nuestra época. En tal sentido, es falsa la creencia de que, en principio, hay una fórmula única mediante la cual se puede realizar de forma armónica a todos los fines de los hombres. Si los fines de los hombres son múltiples y no todos ellos son en principio compatibles entre sí, entonces la posibilidad de conflicto nunca podrá eliminarse de la vida humana, tanto de la personal como de la social.

Esto no quiere decir que la libertad individual sea, hasta en las sociedades más liberales, el único criterio o el criterio dominante de acción social, ya que la visión que tengamos de qué constituye una vida humana satisfactoria, mediante la que nos guiamos consciente o inconscientemente, y que oponemos a lo que Mill denominó naturalezas contractuales y achatadas, aplastadas y retrógradas. Defender leyes de censura o las que regulan la moral personal, implicar sostener que hay necesidades que no son esenciales o que no pueden satisfacerse sin sacrificar valores más altos que la libertad individual y que esto puede determinarse mediante un patrón que no sea subjetivo, un patrón para el que se reclama el estatuto de objetividad, empírica o a priori.

Mantener nuestras categorías o ideales absolutos a costa de vidas humanas ofende por igual a los principios de la ciencia y a los de la historia. Esta actitud se encuentra hoy día en la derecha y en la izquierda, y es incompatible con los principios aceptados por aquellos que respetan los hechos.

El pluralismo que implica libertad negativa parece un ideal más verdadero y más humano que los fines de aquellos que buscan en las grandes estructuras disciplinarias y autoritarias el ideal del autocontrol positivo de las clases, de los pueblos o de la entera humanidad. Es más verdadero porque reconoce el hecho de que los fines humanos son múltiples, son en parte inconmensurables y están en permanente conflicto. Suponer que todos los valores pueden medirse con el mismo patrón, de forma que sea mera cuestión de examen saber cuál es superior, parece una forma de ocultar que sabemos que los hombres son agentes libres, y aparentar que las decisiones morales pueden tomarse, en principio, mediante una regla de cálculo. Afirmar que hay una síntesis última que lo reconcilia todo, todavía por realizarse, en la que deber e interés son lo mismo: libertad individual y democracia pura o Estado autoritario son lo mismo; libertad individual y democracia pura o Estado autoritario son lo mismo, es tapar con metafísica lo que no es sino autoengaño o pura hipocresía. Es más humano porque no priva a los hombres de aquello que se les ha hecho indispensable para su vida, en tanto seres humanos imprevisibles y que se transforman, en nombre de un ideal remoto e incoherente. A la postre, los hombres eligen entre valores últimos; eligen del modo en el que lo hacen porque sus vidas y sus pensamientos están determinados, al menos en espacios y tiempos largos, por conceptos y categorías morales fundamentales que forman parte de su ser, de su pensamiento y del sentido de su propia identidad. Son parte de lo que les hace humanos.

viernes, 6 de agosto de 2010

LA CUESTIÓN SOCIAL




La cuestión social desde un punto de vista llano y exacto se ha considerado como el hecho de la pobreza.

En tal tenor podemos encontrar en la pobreza las siguientes características:
• Estado de constante indigencia y miseria extrema cuya ignominia consiste en un poder deshumanizante.
• Es abyecta ya que coloca a los hombres bajo el imperio absoluto de la necesidad, la cual conocen todos los hombres a través de sus experiencias más íntimas y al margen de toda especulación.

En este panorama de pobreza, miseria y necesidad, la multitud apoyó la Revolución Francesa misma que definió su sendero en función de alcanzar la liberación del sufrimiento ocasionado por ese panorama y por la necesidad de cubrir las urgencias del propio proceso vital.

Robespierre declaró que “todo lo que es necesario para conservar la vida debe de ser común y sólo el excedente puede reconocerse como propiedad privada”, no se limitaba únicamente a invertir la teoría política anterior a los tiempos modernos, según la cual era precisamente el excedente de trabajo y de bienes acumulados por el ciudadano el que debía ser repartido y atribuido al común, asimismo sometía de nuevo, el gobierno revolucionario, a “la más sagrada de todas las leyes, el bienestar del pueblo, al más irrefragable de todos los títulos, la necesidad”, sin embargo el intentar poner fin a las necesidades y construir un mundo de forzada igualdad no es la respuesta para la tan solicitada libertad que se requería en ese entonces.

Por otra parte, dentro del panorama antes citado, también se aprecian los derechos de los Sans-Culottes, los cuales eran vestido, alimentación y reproducción de la especie. La transformación de los Derechos del hombre en derechos de los Sans Culottes fue el momento crítico no sólo de la Revolución Francesa, sino de todas las Revoluciones que iban a seguirla. De hecho fue la conspiración de la necesidad y la pobreza la que distrajo los esfuerzos de los revolucionarios y evitó que sonase la hora histórica, cambiando de dirección el objetivo de la Revolución hacia la felicidad del pueblo. Esto se debió a que Carlos Marx se interesó mucho más por la historia que por la política y, en consecuencia, desdeñó casi por completo las intenciones que en principio animan al hombre de las revoluciones, la fundación de la libertad.

Marx llegó a estar convencido de que la razón por la cual la Revolución Francesa había fracasado en fundar la libertad no había sido otra cosa que su fracaso en resolver la cuestión social antes señalada. Llegando así a la conclusión de que la libertad y pobreza eran incompatibles. Su contribución más original a la causa de la revolución, consistió en interpretar las necesidades apremiantes de las masas pobres en términos políticos, como una insurrección en busca de libertad. La lección que sacó de la Revolución Francesa fue que la pobreza también puede constituir una fuerza política de primer orden.

La transformación de la cuestión social en fuerza política, llevada a cabo por Marx, está contenida en el término “explotación”, es decir, en la idea de que la pobreza es el resultado de la explotación operada por una clase gobernante que posee los instrumentos de la violencia. El valor que tiene esta hipótesis es escaso, máxime que ésta sólo es válida aplicada a las primeras etapas del capitalismo, cuando la pobreza a una escala sin precedentes fue resultado de la expropiación por la fuerza.

Al reducir las relaciones de propiedad a las antiguas relaciones que la violencia y no la necesidad, establecen entre los hombres, Marx apelaba a un espíritu de rebeldía que sólo responde a la violencia, sin que sea afectado por la necesidad.

Si Marx hizo algo por la liberación de los pobres fue que los persuadió de que la pobreza es en sí un fenómeno político, no natural, resultado no de la escasez, sino de la violencia y la usurpación. Si la miseria se caracterizaba por engendrar revoluciones, no por impedirlas, era necesario traducir las condiciones económicas a factores políticos y explicarlas en términos políticos.

El modelo de explicación Marxista fue la antigua institución de la esclavitud en la cual una clase gobernante se había apoderado de los instrumentos con que forzar a una clase sometida a soportar, en beneficio de aquella, las penalidades de la carga de la vida. En este sentido, la conciencia de clase encontró su fundamento en el hecho de que los tiempos modernos habían emancipado a esta clase subyugada hasta el punto de ponerla en condiciones de recuperar su capacidad de acción.

Asimismo, Marx suscribió la doctrina moderna más perniciosa desde el punto de vista político, es decir, la idea de que la vida constituye el bien más alto y que el proceso vital de la sociedad constituye la trama de la actividad humana. De esta forma, el objetivo de la revolución cesó de ser la liberación de los hombres, de sus semejantes, y mucho menos la fundación de la libertad para convertirse en la liberación del proceso vital de la sociedad de las cadenas de escasez, a fin de que pudiera crecer en una corriente de abundancia. El objetivo de la revolución era ahora la abundancia y no la libertad.

Una vez establecida una relación entre violencia y necesidad, cabe señalar que la reducción de la violencia a la necesidad tiene la innegable ventaja teórica de ser mucho más elegante, simplifica las cosas hasta el punto de hacer innecesaria una verdadera distinción entre ambos conceptos. En efecto, la violencia puede ser concebida como función o fenómeno de superficie de una necesidad subyacente y fundamental, en tanto que la necesidad nunca puede ser reducida sin más a la violencia y usurpación ni ser absorbida por éstas.

Lenin, a pesar de su marxismo dogmático, implementó la frase “Electrificación más soviets” que consistía en que la liberación del azote de la pobreza sólo iba a lograrse mediante la electrificación, instalándose la libertad gracias a una nueva forma de gobierno, los soviets. Fue uno de los casos, no frecuentes, en que las dotes de Lenin como estadista prevalecieron sobre su formación marxista y sus convecciones ideológicas.

Lenin estaba convencido de que personas incompetentes en un país atrasado serían incapaces de vencer la pobreza en un régimen de libertad política. Incapaces de derrotar la pobreza y fundar la libertad, siendo Lenin el último heredero de la Revolución Francesa; no contaba con ningún concepto teórico de la libertad, pero al tener que habérselas con ella en el terreno de los hechos comprendió lo que estaba en juego, y cuando sacrificó las nuevas instituciones de la libertad, los soviets, al partido que pensaba que liberaría a los pobres, sus impulsos y su línea de razonamiento encajaban aún en el trágico cuadro de fracasos legado por la tradición revolucionaria francesa.

Es un hecho que cuando los hombres que hicieron la Revolución americana fueron a Francia y tuvieron ocasión de ver de cerca las condiciones sociales del continente, tanto de los pobres como de los ricos, dejaron de creer en la afirmación de Washington según la cual la “Revolución americana… parecer haber abierto los ojos de casi todas las naciones europeas y un espíritu de Libertad en la igualdad está ganando rápidamente terreno por doquier”, su razón principal consistía en que (como Jefferson escribió dos años antes del estallido de la Revolución Francesa), “de veinte millones de personas… diecinueve son más miserables y más desventuradas durante toda su vida que el individuo más miserable de todos los Estados Unidos”.

Sin embargo, no sería justo considerar natural el éxito de la Revolución americana y enjuiciar severamente el fracaso de los hombres de la Revolución Francesa, ya que aunque la Revolución americana triunfó, no acertó a establecer el novus ordo saeculorum que, aunque estableció de hecho la Constitución, dándole una existencia real en una forma visible, no llegó a ser respecto a la libertad, lo que la gramática es con respecto al lenguaje. Éxito y fracaso se explican porque no existía en la escena americana, a diferencia de lo que ocurría en los restantes países del mundo, la pobreza.

En este sentido, el problema que planteaban no era social, sino político, y se refería a la forma de gobierno, no a la ordenación de la sociedad. El problema consistía en que “las penalidades sin cuento” y la falta de tiempo de la mayor parte de la población suponía necesariamente su exclusión automática de una participación activa en el gobierno, aunque no ciertamente de la representación política y de la elección de sus representantes. De aquí que el malestar que siente el pobre, una vez que ve asegurada su propia conservación, consiste en vivir una vida sin sentido y en permanecer fuera de la luz que irradia de la esfera pública, donde puede desarrollar la excelencia; permanece a oscuras donde quiera que vaya.

Fue, sin duda, la ausencia de miseria lo que hizo posible que John Adams descubriese el malestar político de los pobres, pero su visión de las desastrosas consecuencias que conlleva a la oscuridad no podía ser compartida fácilmente por los propios pobres; al tratarse de un conocimiento privilegiado, apenas podía tener influencia sobre la historia de la revolución o sobre la tradición revolucionaria. Cuando los pobres de Estados Unidos y de otros países llegaron a tener dinero, no por eso se convirtieron en personas ociosas dispuestas a actuar solamente cuando se trataba de superar a otro, sino que sucumbieron al hastío del tiempo libre y, si bien es cierto que se desarrolló también en ellos el gusto por la consideración y la congratulación, se contentaron con obtener estos bienes al menor precio posible, lo que significa que prescindieron de la de la pasión por la distinción y la superación, la cual sólo puede ejercerse a la luz pública.

Los observadores europeos del siglo XVIII pensaban que la diferencia específica existente entre Europa y América era atribuible a la no existencia de esa condición abyecta que condena a la ignorancia y a la pobreza. Tampoco los europeos creyeron que la esclavitud formaba parte de la cuestión social, de tal modo que ésta, aunque sólo estuviese oculta por la oscuridad, podía considerarse inexistente para todo lo que tuviera que ver la acción y para la pasión más poderosa y más devastadora que es la pasión de la compasión.

Para los fines de la educación, los ciudadanos se dividirían en dos clases, la trabajadora y la ilustrada, ya que sería útil que aquellas personas a quien la naturaleza ha dotado con el talento y la virtud, fuesen… preparadas para conservar el depósito sagrado de los derechos y libertades de sus conciudadanos…, sin consideración a su riqueza, nacimiento, o cualquier otra circunstancia o condición accidental.

Sin duda, la movilidad social era relativamente intensa incluso en la América del Siglo XVIII, pero no fue alentada por la Revolución; debe tenerse en cuenta que si la Revolución Francesa abrió de par en par las carreras al talento, ello no ocurrió hasta después del Directorio de Napoleón Bonaparte, cuando ya no estaba en juego la libertad y fundación de una república, sino la liquidación de la Revolución y la elevación de la burguesía. Desde nuestra perspectiva, lo que realmente importa es que sólo la difícil situación de la pobreza, y no la frustración individual o la ambición social, puede despertar la compasión. Es precisamente el papel que ha desempeñado la compasión en todas las revoluciones, salvo en la americana, el que debe ocupar ahora nuestra atención.

Los hombres de la Revolución Francesa habían sido inspirados por el odio a la tiranía y su rebelión no había estado dirigida en menor grado contra la opresión que la de aquellos otros hombres que, según David Webster, “Hicieron la guerra por un preámbulo” y “lucharon durante siete años por una declaración”. Contra la tiranía y la opresión, no contra la explotación y la pobreza, habían detenido los derechos del pueblo, de cuyo consentimiento todo poder debe derivar su legitimidad.

En Francia, los gobiernos revolucionarios no fueron ni del pueblo ni por el pueblo, sino en el mejor de los casos, para el pueblo y, en el peor, no fueron más que una “usurpación del poder soberano”, llevada a cabo por quienes se llamaban a sí mismos sus representantes, los cuales se habían colocado “en independencia absoluta respecto de la nación””. Lo malo era que el principal diferencia entre la nación y sus representantes dependía exclusivamente de las diferencias de condición social, lo cual se descubrió sólo después de que la revolución se había consumado. Era innegable que la liberación de la tiranía significó libertad sólo para unos pocos y apenas nada para la mayoría, que siguió abrumada por la miseria.

La virtud significaba la preocupación por el bienestar del pueblo, la identificación de la voluntad de uno con la voluntad del pueblo (Il fault une volante UNE). Las palabras le peuple son las palabras clave para entender la Revolución Francesa, este vocablo abarcó no sólo a quienes no participaban en el gobierno, es decir, no sólo a los ciudadanos, sino al pueblo bajo. La misma definición del vocablo nació de la compasión y el término llegó a ser sinónimo de desgracia e infelicidad: le peuple, les malheureux m’applaudissent. Por la misma razón, la legitimidad personal de quienes representaban al pueblo y creían firmemente que todo poder legítimo debía derivar de él, sólo podía residir en el ce zéle compatissant, en ese impulso que nos lleva hacia les hommes faibles, en la capacidad para padecer con la vasta clase de los pobres acompañada de la voluntad de elevar la compasión al rango de pasión política suprema y al de virtud política superior.

De igual forma en el texto se desprende que la palabra consentimiento fue reemplazada por la voluntad, que excluye por naturaleza, todo proceso de confrontación de opiniones y el de su eventual concierto. La voluntad, si ha de cumplir con su función, tiene que ser una e indivisible, puesto que sería inconcebible ua voluntad dividida.

La cualidad más llamativa de esta voluntad popular como volonté générale era su unanimidad y, así, cuando Robespierre aludía constantemente a la opinión pública, se refería a la unanimidad de la voluntad general.

Es importante hacer hincapié a la cuestión de la distinción entre libertad y voluntad. La libertad en el ámbito político no es lo mismo que voluntad. Hay que distinguir entonces, según Arendt, las libertades civiles negativas de la libertad política, de la búsqueda de la “libertad pública” de los revolucionarios franceses o de la “felicidad pública” de los revolucionarios estadounidenses que fueron los objetivos de la fundación moderna revolucionaria de la política.

La voluntad en general es la articulación de un interés general, el interés del pueblo o la Nación como totalidad, y siendo general este interés o voluntad, su misma existencia depende de su oposición a cada interés o voluntad en particular.

Por otro lado la virtud ha sido equiparada con el desinterés desde que Robespierre predicó una virtud cuya idea tomó prestada de Rousseau, y es esta virtud la que ha puesto una convicción profunda de que el valor de una política debe ser medido por el grado en que se opone a todos los intereses particulares, así como el valor de un hombre debe ser juzgado por la medida en que actúa en contra de su propio interés y de su propia voluntad.

En el análisis de las revoluciones Americana y Francesa, según Arendt, era necesario el establecimiento de una constitución para instituir los límites del nuevo dominio político y para definir sus reglas internas, que tenían que fundar y construir un nuevo espacio público. En la fundación de este nuevo espacio la “pasión por la libertad pública” o la “búsqueda de la felicidad pública” iban a poder ejercitarse por las generaciones por venir, de modo que su propio “espíritu revolucionario” pudiera sobrevivir al final de la revolución.

Ante tales consideraciones, podemos concluir en primer término, que el concepto de libertad se distingue nítidamente de la ficción "liberadora" a que nos han acostumbrado todas las revoluciones modernas, a partir de la Revolución Francesa. En segundo lugar que el proyecto central de esas revoluciones de las que hablaba Arendt, que procura resolver la llamada cuestión social por medios políticos, está destinado finalmente a la opresión, las persecuciones, y la exclusión de los que de un modo u otro se interponen en el camino de los portadores del "mensaje" y poseedores de la "verdad". Por último, que una verdadera revolución tiene que ser política, y definirse mediante la instauración de la libertad, entendida a su vez como la implantación de un espacio público al que accedan las personas bajo un gobierno limitado, garantía de derechos, y equilibrio de poderes.

martes, 3 de agosto de 2010

EXCELENCIA Y DEMOCRACIA LIBERAL.




Ortega y Gasset estimaba que si nos tomábamos en serio la posibilidad de devenir seres excelentes podíamos plantar cara a la amenaza escepticista del relativismo. En este sentido, la búsqueda de la excelencia para Ortega consistía en un deber de la humanidad, su quehacer y su destino. Rehuir de ese deber implica la caída a lo más bajo de lo humano, donde no existe discrepancia entre lo humano y lo animal, donde el capricho y la fuerza gobiernan la vida, dicha circunstancia implica asimismo una existencia abandonada a la molicie, al capricho y a la arbitrariedad.

En el lado opuesto de esa vida mediocre y mundana se suscita la excelencia como un estado de alerta, de permanente atención, tensión y expectativa sobre el destino por cumplir. Sin embargo, el cuestionamiento sobre la existencia de la excelencia surge por una ausencia, en este caso, la ausencia de los mejores.

Para Ortega, esta ausencia es un signo histórico de desvertebración, coligiéndose que una sociedad desvertebrada es aquella en que las masas no quieren ser masas, cada miembro integrante se cree personalidad directora, y revolviéndose contra todo el que sobresale, descarga sobre él su odio, necedad y envidia.

Por el contrario, sociedad vertebrada es aquella en que las masas se sienten masas, colectividad anónima que, armando su propia unidad, la simboliza y concreta en ciertas personas elegidas, sobre las cuales decanta el tesoro de su entusiasmo vital.

Para Ortega, resolverse contra la idea de excelencia, esto es, contra la idea de que pueda surgir del magma social una minoría de individuos providentes capaces de proponer un sentido a la sociedad, significa atentar contra la ley constitutiva de la sociedad. La insumisión contra la norma vital de la sociedad es para Ortega el síntoma de una enfermedad, el mal de esta enfermedad es el igualitarismo, mismo que espera cobrar los beneficios de la uniforme unificación de la vida social depurándola de todo lastre individual y, por consiguiente, de toda posibilidad de excelencia.

Ortega no deja de insistir en que la pérdida de las cualidades que significan a un grupo de individuos como excelentes se presenta como el origen de la decadencia de las sociedades políticas históricas. Sin embargo, la radicalización de la crítica a la excelencia es una novedad de las sociedades contemporáneas: la crítica particular se troca en crítica universal, en desprecio de la idea de aristocracia. La crítica desde el supuesto aristocrático sabe señalar cuándo un individuo ha perdido la excelencia que lo elevó sobre la masa, y sabe disponer el camino para que otros individuos excelentes ejerzan el liderazgo que queda vacante. La sociedad humana es aristocrática siempre, quiera o no, por su esencia misma, hasta el punto de que es una sociedad en la medida en que sea aristocrática, y deja de serlo en la medida en que se desaristocratice.

Cuando se trata de localizar socialmente a los excelentes, Ortega sale al paso de aquellas sociologías que identifican a la masa con los económicamente más débiles y a la minoría selecta con los económicamente más favorecidos. En este sentido, el principio que define la excelencia no es económico. La riqueza no es portadora de excelencia, como lo son la utilidad o la fuerza. La excelencia habría que buscarla más bien entre ciertas dotes naturales de los individuos:

• La capacidad de expresión corporal.
• El manejo de la lengua.
• La habilidad argumentativa.
• El modo de resolución más acertado, más gallardo, más elegante o más justo.

La aparición de esas cualidades debería provocar el deseo de identificación con ese ser. Ortega cree que al encontrar otro hombre que es mejor o que hace algo mejor que nosotros, desearemos llegar a ser, de verdad y no ficticiamente, como es él, y hacer las cosas como él las hace. No es cuestión tan sólo de imitarlo, sino de interiorizar la diferencia de su ser como modelo, como ejemplo que, al incorporarlo, nos transforma. Pero esto no ocurrirá si la pasión igualitarista, bloquea la facultad de entusiasmarse con lo óptimo, de dejarse arrebatar por una perfección transeúnte, de ser dócil a un arquetipo o forma ejemplar.

La articulación de ejemplaridad y docilidad es el fundamento de la auténtica aristocracia. Según Ortega, todo influjo o cracia de un hombre sobre los demás que no sea automática emoción suscitada por el arquetipo o ejemplar en los entusiastas que le rodean son efímeros y secundarios. No existe otra aristocracia que la fundada en ese poder de atracción psíquica, especie de ley de gravitación espiritual que arrastra a los dóciles en pos de un modelo. El poder legítimo emana de la autoridad de la excelencia, de la ejemplaridad. En tal tenor, el derecho a gobernar es un anejo de la ejemplaridad, tal y como se plasmó en el pensamiento de Ortega.

Definición de masa según Ortega: es todo aquél que no se valora a sí mismo por razones especiales, sino que se siente como todo el mundo, y, sin embargo, no se angustia, se siente a sabor al sentirse idéntico a los demás.

Contrariamente a la definición anterior se suscita la definición del excelso: Que es aquél que se exige más que los demás, aunque no logre cumplir en su persona esas exigencias superiores.

Diferencias entre el hombre masa y el individuo excelente:

HOMBRE MASA:
• Es un ser resentido
• Es un ser abúlico
• No se exigen nada especial, sino que para ellos vivir es ser en cada instante lo que ya son, sin esfuerzo de perfección sobre sí mismas.
• Soy boyas que van a la deriva.

INDIVIDUOS EXCELENTES:
• Es aquel que no se conforma con la identidad que lo asimila a los otros y quiere diferenciarse de ellos.
• No se siente bien siendo uno más
• Persigue distinguirse e individualizarse
• Se exigen mucho y acumulan sobre sí mismas diversas dificultades y deberes.

En las relatadas consideraciones, ser un hombre humilde, dócil, no es estar desprovisto de talento. Es saberse limitado, esto es, comprender que ciertas capacidades están desigualmente repartidas y que negar este hecho significa perderse las posibilidades de la humanidad.

En la humildad brilla la confianza, no el resentimiento, la cual significa dar crédito a aquellos que se muestran capaces de despejarnos un camino en el incierto presente, aunque siempre estén sometidos a la prueba de su cumplimiento. Asimismo confianza significa intentar dar lo mejor de sí, aportar las propias capacidades a esa empresa.

De lo expuesto se colige que la confianza no contempla la clase del mediocre resentido, toda vez que éste impide caprichosamente que el excelente pueda destacar, con la soberbia afección de quien no asume las propias limitaciones; el mediocre no acepta humillarse ante la verdad.

Ortega asocia la contemporánea actitud de las masas a la perversión del principio democrático: perversión que consiste en convertir la desigualdad de los individuos, aquello que los hace semejantes, en un dato prescindible. Esa perversión nos introduce en el Imperio Político de las masas: un poder que no conoce límites y que es capaz de elevar el absurdo a ley. Ésta es sólo una de las direcciones en que se exterioriza el fenómeno de la democratización de la vida.

La masa arrolla todo lo diferente, egregio, individual, calificado y selecto. Quien no sea como todo el mundo, quien no piense como todo el mundo, corre el riesgo de ser eliminado.

Para Ortega la irrupción de las masas en la vida social y política no está carente de ambigüedades, pero también es cierto que la valora positivamente. La extensión del disfrute de los medios de vida y de los derechos que antes estuvieron reservados a unos pocos ha permitido que mejoren las condiciones de vida para un mayor número de personas y posibilitado que el hombre salga de su interna servidumbre y alcance una cierta conciencia del señorío y dignidad.

La sociedad democrática de masas ha nacido sin norte; en el mejor de los casos recoge, deformándola, la idea de que el auténtico hombre ha de ser dueño y señor de sí mismo; en el peor abandona la búsqueda de la excelencia por la autocomplacencia, por la autosatisfacción. Domina todas las cosas, pero no es dueño de sí mismo.

HOMBRE MASA.
Hombre-masa es aquél que cree que todo le está permitido y a nada está obligado.

CARACTERÍSTICAS:
• Han sido mimados por el hábitat que crea la democracia liberal y el desarrollo tecno-científico; no conocen límites a sus apetencias.
• Es un ser narcisista.
• Nada hay fuera de él que le merezca la pena.
• No hay nada en el exterior por lo que molestarse.
• Autocomplacencia a tope.
• Percibe en el Estado un poder anónimo y como en él se siente a sí mismo anónimo cree que el Estado es cosa suya.

VIDA NOBLE
Siempre está fuera de sí, con la mirada puesta en el horizonte. Es voluntad de autoafirmación.

HOMBRE MEDIOCRE.
Es aquél que está encerrado a otras formas de experiencia.

CARACTERÍSTICAS.
• Ensueña una vida sin alteridad.
• Es sordo a cualquier voz que proceda del exterior que tacha.
• Sólo se oye a sí mismo.
• Piensa y hace lo que le viene en gana.
• Sus prejuicios violan los controles del recto pensar.
• Quiere opinar, pero no quiere aceptar las condiciones y supuestos de todo opinar.
• Pretende reducir a los resistentes, a los que demandan razones, doblegándolos a la fuerza.
• Aplasta el saber histórico por parecerle algo inútil.
• No comprende el valor preventivo de la experiencia histórica.
• Cuando cree estar ante la última novedad, ante lo nunca visto, ignora la historia que los ha traído hasta él.
• Ejemplos de esta actitud: Bolchevismo y Fascismo.
• No sólo desprecia a aquellos que le demandan razones, sino también a aquello que le procura el gratuito bienestar de que disfruta: la ciencia.
• Se siente en posesión de la verdad, se siente dueño de sí.

Cuando la violencia que cultiva el mediocre encuentra una salida, el poder de la masa puede llegar al paroxismo. El Estado es el colector de toda esa rabiosa energía. El estatismo es la forma superior que toman la violencia y la acción directa constituidas en norma. A través y por medio del Estado las masas actúan por sí mismas.

En este sentido, el anonimato del Poder del Estado es clave para entender la relación de la sociedad de masas con el poder.

Ortega defiende el liberalismo como condición de una vida humana auténtica, excelente. El liberalismo se nos impone como un destino de cuya asunción depende el éxito de la empresa humana. El hombre que elude esa responsabilidad, termina emparentándose con la vileza, con la canalla. La democracia liberal lleva al extremo la resolución de contar con el prójimo y es el prototipo de la acción indirecta. El liberalismo proclama la decisión de convivir con el enemigo, más aún con el enemigo débil. Por tanto según Ortega, en el futuro habrá de contar con los principios de la democracia liberal.

El escaso interés por la ciencia, la poca disposición a sacrificar recursos económicos para proyectos científicos es característico de un tipo humano que está dotado de habilidades instrumentales, pero no para entender por qué y cómo ha podido fabricarse un artefacto.

La mediocridad alcanza también a los llamados expertos, especialistas, quienes conocen sólo de una ciencia determinada, y aún de esa ciencia sólo conoce bien la pequeña porción en que él es activo investigador. En este frenesí especializador no hay lugar para el pensamiento en general, para una filosofía de la cultura.

El pensamiento es un riesgo: el riesgo de la verdad. Pensar es arriesgarse a no tener razón, a descubrir lo que no nos gusta de nosotros mismos, develar las obligaciones que tenemos pendientes, las deudas que no hemos satisfecho y que interpelan nuestra responsabilidad, es responsabilizarse de uno mismo, es decir, la deuda que cada cual tiene consigo mismo. El pensamiento genera inquietud.
El camino de la excelencia comienza ahí, emprendiendo una búsqueda sin cuartel de nuestro yo de verdad, de nuestro destino, pero la incógnita estriba en ¿dónde es que culmina dicho camino?.