jueves, 12 de agosto de 2010

DOS CONCEPTOS DE LIBERTAD


La teoría política es una rama de la filosofía moral que tiene su origen en el descubrimiento, o aplicación, de ideas mortales en la esfera de las relaciones políticas.
El problema central de la política estriba sobre la cuestión de la obediencia y la coacción, ¿Por qué debo obedecer a otra persona?, ¿Por qué no puedo vivir como yo quiera?, ¿Tengo que obedecer?, Si no obedezco, ¿puedo ser coaccionado?, ¿Por quién, hasta qué punto, en nombre de qué y con motivo de qué?.
Las respuestas acerca del límite admisible de coacción reflejan dos puntos de vista opuestos. En efecto, la palabra libertad prevé dentro de su significación dos sentidos. Entre los que destacan:
• Sentido negativo: Es el que aparece en la respuesta que contesta a la pregunta: ¿Cómo es el espacio en que al sujeto se le deja o se le ha de dejar que haga o sea lo que esté en su mano, hacer o ser sin la interferencia de otras personas.
• Sentido positivo: Es el que aparece de la respuesta que contesta a la pregunta: ¿Qué o quién es la causa de control o interferencia que puede determinar que alguien haga o sea una cosa u otra?.

EL CONCEPTO DE LIBERTAD NEGATIVA.

Normalmente se dice que soy libre en la medida en que ningún hombre ni ningún grupo de hombres interfieren en mi actividad. En este sentido, la libertad política es el espacio en el que un hombre puede actuar sin ser obstaculizado por otros.

Al respecto se suscita el concepto de coacción, el cual implica la interferencia deliberada de otros seres humanos dentro de un espacio en el que si ésta no se diera yo actuaría. Sólo se carece de libertad política cuando son seres humanos los que me impiden alcanzar un fin. La impotencia para alcanzar un fin no indica la falta de libertad política.

Lo anterior queda de relieve en el uso de expresiones modernas tales como “libertad económica” y “esclavitud económica”. Me considero víctima de coacción o esclavitud únicamente cuando creo que mi incapacidad para alcanzar determinada cosa se debe a la circunstancia de que determinados seres humanos me han hecho algo a mí que me impide tener dinero bastante para pagarle. En otras palabras, este uso del término depende de una teoría social y económica particular acerca de las causas de mi pobreza o debilidad. Si mi falta de medios materiales se debe a mi discapacidad mental o física, sólo diré que he sido privado de libertad (y ya no hablaré sólo de pobreza) si acepto la teoría.

Hablaré de esclavitud u opresión económica si creo que me encuentro en estado de necesidad por culpa de una organización particular que considero injusta. El criterio de opresión refiere al papel que creo juegan otros humanos, directa o indirectamente, intencionadamente o sin querer, a la hora de frustrar mis deseos. Entiendo por ser libre, en este sentido, no ser importunado por otros. Cuanto mayor sea el espacio de no interferencia mayor será mi libertad.

Los filósofos políticos ingleses clásicos suponían que, en cuanto al espacio, éste no podía ser ilimitado porque si lo fuera ello comportaría una situación en la que los hombres no podrían ser satisfechas y, además, las libertades de los débiles serían suprimidas por los fuertes. Por lo tanto, el ámbito de las acciones libres de los hombres debe estar limitado por la ley. Locke, Mill, Constant y Tocqueville estimaban que debía existir un cierto ámbito mínimo de libertad personal que no podía ser violado bajo ningún concepto, pues si tal ámbito se traspasaba, el individuo se encontraría encajonado en un espacio insuficiente incluso para el desarrollo mínimo de sus facultades, coligiéndose que hay que trazar una frontera entre el ámbito de la vida privada y el de la autoridad pública ya que la libertad de unos depende de la contención de otros.

Locke, Smith y Mill también consideran que la armonía social y el progreso son compatibles con el establecimiento de un amplio territorio reservado a la vida privada a la que tendría vedado el acceso el Estado o cualquier otra autoridad. Hobbes indicaba que para evitar que los hombres se destruyan y conviertan la vida social en una jungla o una selva, hay que instituir salvaguardas mayores para mantenerlos a raya. Aumentar el territorio sujeto a control centralizado y reducir el propio del individuo. Al final, ambas opiniones convergen en que una parte indeterminada de la vida humana ha de permanecer independiente de la esfera de control social. Invadir este vedado, por poco que fuera, sería despotismo.

En este sentido, tenemos que preservar un ámbito mínimo de libertad personal para “no degradar o negar nuestra naturaleza”. No podemos ser absolutamente libres y tenemos que ceder algo de nuestra libertad para preservar el resto. Pero rendirla toda es destruirnos a nosotros mismos. ¿Cuál debe ser ese mínimo? Aquél que un hombre no puede ceder sin ofender la esencia de su naturaleza humana.

La libertad en este sentido significa estar libre de: ausencia de interferencia más allá de una frontera, variable, pero siempre reconocible: “La única libertad que merece este nombre es la de buscar nuestro propio bien, por nuestro camino propio”. Si esto es así, ¿puede justificarse la coacción? Mill indicó que si se podía, toda vez que la justicia exige que cada individuo disfrute de un mínimo de libertad necesariamente ha de contenerse al resto de los individuos, si es necesario por la fuerza, para que nadie quede privado de ella. De hecho, la función del derecho se reduce a la prevención de tales conflictos: el Estado queda reducido a lo que Lasalle describió con desdén como funciones propias de un sereno o de un guardia de tráfico.

La defensa de la libertad tiene como fundamento el fin “negativo” de evitar la interferencia. Amenazar a un hombre con la persecución es pecar contra la verdad de que es un hombre, un ser con una vida propia que vivir. Ésta libertad tiene su origen en esta muy discutida concepción individualista del hombre.

Hay que señalar tres hechos referidos a esta posición.

1. En primer lugar, Mill confunde dos ideas distintas como se aprecia a continuación:
• Que toda coacción, en tanto frustra deseos humanos, es mala en cuanto tal, aunque puede que tenga que ser aplicada para prevenir otros males mayores; mientras que la no interferencia, que es lo opuesto de la coacción, es buena en cuanto tal, aunque no es lo único que es bueno. Esta es la concepción negativa de la libertad en su forma clásica.
• La otra idea es que los hombres deben intentar descubrir la verdad y desarrollar un cierto tipo de carácter que Mill aprobaba –crítico, original, imaginativo, independiente, etc.-, quela verdad puede descubrirse y que este tipo de carácter sólo puede engendrarse en condiciones de libertad.

La conexión que existe entre ellos es empírica. Nadie defendería que la verdad o la libertad de expresión puede florecer allí donde el dogma aplasta todo. Pero las pruebas que arroja la historia apuntan a que la integridad, el amor a la verdad y el individualismo apasionado, prosperan tanto en comunidades regidas por una disciplina severa o entre aquellos que están bajo disciplina militar, y si esto es así el argumento de Mill a favor de la libertad como condición necesaria para el desarrollo del genio humano cae por su propio peso.

2. En segundo lugar, la doctrina de Mill es relativamente moderna. El deseo de que no se metan con uno, que le dejen en paz, ha sido el distintivo de una refinada civilización, tanto por parte de individuos como de comunidades. El sentido mismo de la privacidad, de un ámbito de relaciones personales sagrado por derecho propio, se deriva de una concepción de libertad que, a pesar de sus raíces religiosas, en su estado desarrollado apenas es más antigua que el Renacimiento o la Reforma. Por último, su decadencia señalaría la muerte de una civilización, de toda una concepción ética.

3. La tercera característica de esta idea de libertad consiste en que ésta no es incompatible con ciertos tipos de autocracia o, en cualquier caso, con la ausencia de autogobierno. La libertad, en este sentido, tiene que ver con el territorio de control y no con su origen. Del mismo modo que una democracia puede privar, de hecho, al ciudadano individual, de gran número de libertades de las que podría disfrutar en otro tipo de sociedad.

La libertad, considerada en este sentido, no tiene conexión lógica alguna con la democracia o el autogobierno. El autogobierno puede proporcionar, como mucho, una protección mayor de las libertades civiles que otros regímenes, y como tal ha sido defendido por los liberales. Pero no hay una conexión necesaria entre libertad individual y el gobierno democrático. La respuesta a la pregunta ¿quién me gobierna? es lógicamente diferente de la que responde a la pregunta ¿hasta qué punto sufro la interferencia del gobierno?. En esa diferencia es en la que se funda en último término la clara oposición que hay entre los conceptos de libertad positiva y negativa. El sentido “positivo” de libertad no queda iluminado cuando respondo a la pregunta ¿Qué soy libre de hacer o ser?, sino cuando respondo a las preguntas ¿Por quién soy gobernado? O ¿Quién me dice lo que tengo que hacer y dejar de hacer?. La conexión que hay entre la democracia y la libertad individual es mucho más tenue de lo que les parece a muchos defensores de ambas.

En esta concepción positiva de la libertad –no estar libre de algo, sino ser libre para algo, para conducir una forma de vida determinada. La que los seguidores del concepto negativo de libertad representan, a veces, como poco más que un disfraz que esconde la más brutal tiranía.

EL CONCEPTO DE LIBERTAD POSITIVA.

El sentido positivo de la palabra libertad se deriva del deseo por parte del individuo de ser su propio amo.

La libertad que se funda en que uno sea su propio amo, y la libertad que se funda en que otros hombres no impidan a uno elegir, pudieran parecer a primera vista, conceptos que no distan lógicamente mucho el uno del otro y que no son más que las formas positiva y negativa de decir la misma cosa.

Una manera de clarificar esto, es la circulación que adquirió la metáfora de ser amo de uno mismo que, en origen era inofensiva. Soy mi propio amo: no soy esclavo e ningún hombre.

En el texto se aprecia el yo dominante y lo que en ellos naufraga.

Ese yo dominante se ha identificado de formas distintas, a saber:
• Con la razón;
• Con mi “naturaleza superior”;
• Con el yo calculador, que pospone la satisfacción de la voluntad al largo plazo;
• Con mi yo real, ideal o autónomo;
• Con mi mejor yo.

Los dos yoes pueden representarse divididos por un abismo, ya que el yo auténtico puede concebirse como algo que va más allá del individuo, como una totalidad social de la que el individuo es un elemento o una parte. Esta entidad se identifica entonces como el verdadero yo que, imponiendo su voluntad única, colectiva u orgánica sobre sus miembros recalcitrantes, realiza su propia libertad superior, es decir, la de ellos. Pero lo que hace que este tipo de lenguaje resulte convincente es que reconocemos que es posible, y a veces justificable, coaccionar a determinados hombres en nombre de algún fin, fin que ellos mismos buscarían si fueran más cultos, pero que no lo hacen por ceguera, ignorancia o corrupción. En realidad tienen a lo que deliberadamente se oponen en su estado de ignorancia porque existe en ellos una entidad oculta y que esa entidad, aunque falsamente representada por lo que manifieste sienten, hacen y dicen, es su verdadero yo, del que el pobre yo empírico situado en el espacio y el tiempo puede que no sepa nada o muy poco; y que en ese espíritu interior es el único yo que merece que sus deseos sean tomados en consideración. Una vez adopto este punto de vista, estoy en situación de ignorar los deseos expresos de hombres y sociedades, de intimarles, de oprimirlos y torturarlos en nombre de su verdaderos yoes y por su bien, en la seguridad de que sea cual sea el verdadero fin del hombre ha de ser idéntico a su libertad, la libre elección de su yo, verdadero, aunque con frecuencia sumergido e inarticulado.

Una cosa es decir que puedo ser coaccionado por mi propio bien porque estoy demasiado ciego para verlo, esto puede, ocasionalmente, ir en mi propio beneficio; hasta puede ampliar el alcance de mi libertad. Otra cosa es decir que, puesto que es mi bien, no estoy siendo coaccionado, que lo habría deseado, lo sepa o no, y que soy libre, aunque mi cuerpo terrenal y pobre espíritu lo rechacen amargamente y luchen a la desesperada contra aquellos que, quizá benevolentemente, tratan de imponérmelo.

Esto demuestra que las concepciones de la libertad derivan directamente de la visión que se tenga de lo que constituye un yo, una persona, un hombre. Basta con manipular la definición de hombre y podrá hacerse que la libertad sea la que quiera el manipulador. La historia reciente ha dejado muy claro que esta cuestión no es meramente académica.

Las consecuencias de distinguir entre dos yoes se clarifican todavía más si atendemos a las dos formas principales que ha tomado históricamente el deseo de autogobierno –de ser dirigido por el verdadero yo de uno, la primera es la de autonegación al objeto de alcanzar la independencia; la segunda es la de autorrealización, o la autoidentificación total con un principio o ideal particular para alcanzar idéntico fin.




LA RETIRADA A LA CIUDADELA INTERIOR.

Se trata de una forma de búsqueda de seguridad, pero se la ha llamado también búsqueda de libertad o independencia personal o nacional.

Soy libre porque soy autónomo y tanto más libre cuanto más autónomo. La libertad es obediencia pero, en palabras de Rousseau, “obediencia a la ley que uno se ha prescrito” y ningún hombre puede esclavizarse a sí mismo. La heteronomía es depender de de factores externos, prestarse a ser un juguete del mundo exterior que no puedo controlar y que por tanto me controla y me esclaviza.

Si la esencia del hombre consiste en que son seres autónomos entonces nada hay peor que tratarlos como si no fueran autónomos, como objetos naturales, accionados por influencias causales, como criaturas a merced de estímulos externos, cuyas elecciones pueden ser manipuladas por sus gobernantes mediante la amenaza de la fuerza o el ofrecimiento de recompensas. Significa tratar a los hombres como si no fueran libres, como un material humano que yo, el reformador benévolo, moldeo de acuerdo con los propósitos que yo libremente, y no ellos, he elegido.

Manipular a los hombres y lanzarlos hacia fines que tú conoces, pero los demás quizá no, es negar su esencia humana, es tratarlos como objetos hueros de voluntad propia. Es, en suma degradarlos. Es por esto por lo que mentir a los hombres o engañarles, es decir, usarlos como medios para fines que yo he concebido al margen de ellos, y no para los suyos propios, aunque sea en su propio beneficio es, en efecto, tratarles como infrahumanos y actuar como si sus fines fuesen menos fundamentales y sagrados que los míos. ¿En nombre de qué puedo justificar forzar a los hombres a hacer lo que no quieren o no consienten? Solamente en nombre de un valor superior a ellos mismos. Pero si, como sostenía Kant, todos los valores se constituyen como tales en virtud de los actos libres de los hombres y sólo se llaman valores en cuanto que son así, no hay ningún valor superior al individuo. Esto es coaccionar a los hombres en nombre de algo que es menos último que ellos mismos, someterles a mi voluntad o al deseo particular de otro (u otros) para su felicidad, ventaja personal, seguridad o conveniencia.

El individuo libre de Kant es un ser trascendente que está más allá del reino de la causalidad natural. Es una forma de individualismo protestante secularizado en el que el puesto de Dios es ocupado por la idea de la vida racional y el puesto del alma individual que tiende a la unión con Él es sustituido por la idea del individuo, dotado de razón, que ansía ser gobernado por la razón y sólo por la razón y a no depender de nada que pueda engañarle o desviarle atrapándolo en su naturaleza irracional. Autonomía, no heteronomía: actuar y no ser accionado. Emanciparme del miedo, del amor o del deseo de parecerme a los demás es liberarme del despotismo de lo por mí no controlado. Sófocles nos señaló que esta experiencia es tan auténtica como la de la emancipación frente al tirano o del liberto frente a su amo. A esta manera de pensar y de hablar corresponde la experiencia psicológica de observarme a mí mismo cediendo ante un impulso interior, obrando por un motivo que rechazo, razonando después que no era yo o que había perdido el control de mí mismo cuando lo hacía. Las consecuencias de mis actos carecen de importancia porque no los controlo: sólo son importantes mis motivos.

El hombre verdaderamente libre –decía Rousseau- no quiere más de lo que lo puede y hace lo que le place. En un mundo en que puede hacer muy poco el hombre que busca la felicidad, la justicia o la libertad porque tiene cerradas muchas posibilidades de acción, la tentación de retirarse dentro de sí mismo puede hacerse irresistible.

Lo expuesto con antelación, pone en claro por qué no vale la pena la definición de libertad negativa como posibilidad de hacer lo que uno quiera- la cual por cierto, es la definición que adoptó Mill. Si veo que puedo hacer muy poco o no puedo hacer nada de lo que quiero, lo único que necesito es limitar o extinguir mis deseos y con ello me hago libre.

La autonegación ascética puede ser una fuente de integridad, serenidad o fuerza espiritual, pero resulta difícil entender que se la califique de aumento de libertad. La liberación total en este sentido sólo puede darla la muerte.

A los partidarios del concepto negativo de libertad les podemos disculpar si piensan que la propia abnegación no es el único método de superar obstáculos; que los obstáculos se pueden eliminar; cuando se trata de objetos no humanos a través de la acción física; en caso de resistencia humana, mediante la fuerza o la persuasión, como cuando hago que alguien me tome en consideración o cuando conquisto un país que amenaza los intereses del mío.

LA AUTORREALIZACIÓN.

Se nos dice que el único método para conseguir la libertad es usando la razón crítica, mediante la comprensión de lo necesario y lo contingente. Este es el programa del racionalismo ilustrado desde Spinoza hasta los últimos discípulos de Hegel. Aquello de lo que conoces, de lo que entiendes su necesidad –necesidad racional- no puedes querer que sea de otra manera y seguir siendo racional. Porque querer que algo sea distinto de lo que debe ser pro tanto, dadas las premisas ser ignorante o irracional.

Los deterministas científicos del siglo XVIII creían que el estudio de las ciencias de la naturaleza y el despliegue de las ciencias sociales, basadas en el mismo modelo, dejarían meridianamente claro el funcionamiento de tales causas y de este modo capacitarían a los hombres para reconocer su propio papel en la construcción de un mundo racional, frustrado sólo por el error. El conocimiento libera, como enseñó hace mucho Epicuro, al eliminar automáticamente los miedos y deseos irracionales.

Herder, Hegel y Marx tuvieron sus propios modelos vitalistas en los que la vida social no se entiende por analogía con las matemáticas o la física. También hay que entender la historia, esto es, las leyes distintivas del desarrollo constante, sea a través del conflicto “dialéctico” o de otra manera, que gobiernan a los individuos y a los grupos en su interacción mutua y con la naturaleza. Creer que la naturaleza es estática, que sus propiedades esenciales son las mismas en todo tiempo y lugar, y que tal naturaleza está regida por leyes naturales invariables puede, en principio, crear en cualquier momento una sociedad perfectamente armoniosa mediante la educación y legislación apropiadas. Hegel creía que sus contemporáneos entendieron mal la naturaleza de las instituciones porque no entendieron las leyes que crean y cambian las instituciones y transforman la actividad y el carácter humanos, Marx sostenía que en el camino de los seres humanos no sólo se interponen las fuerzas naturales o las imperfecciones de su propio carácter sino, aún más, el funcionamiento de sus propias instituciones sociales, creadas originariamente por ellos con un fin determinado cuyo funcionamiento entienden ahora de forma sistemáticamente equivocada por lo que se convierten en obstáculos del progreso de sus creadores. Ejemplo: leyes de la oferta y demanda, la institución de la propiedad, entre otros.

Para Marx, entender es actuar de forma adecuada. Solamente soy libre si planifico mi vida de acuerdo con mi propia voluntad. Entender por qué las cosas tienen que ser como han de ser equivale a desear que así sean.

El concepto de libertad aquí contenido no es el de la concepción negativa de un ámbito libre de obstáculos, un vacío en el que nada me estorba, sino el concepto de autogobierno o autocontrol. Puedo hacer lo que me plazca conmigo mismo. Soy un ser racional y no puedo destruir a mi paso, siendo racional, todo aquello que se muestra como necesario e imposible de ser de otra manera en una sociedad racional, es decir, una sociedad orientada hacia fines propios de seres racionales por mentes racionales.

Esta es la doctrina positiva de la emancipación por la razón. Las formas socializadas de la misma, diferentes y hasta opuestas entre sí, se encuentran en el corazón mismo de muchos de los credos nacionalistas, comunistas, autoritarios o totalitarios de nuestros días. En cualquier caso, es esta libertad la que se defiende y por la que se combate, en democracia y en dictaduras, hoy día, en muchos lugares de la tierra.

EL TEMPLO DE SARASTRO.

Aquellos que creían en la libertad como autogobierno racional venían obligados, más tarde o más temprano, a considerar su aplicación no sólo a la vida interior del hombre, sino también a sus relaciones con los otros miembros de la sociedad.

Rousseau, Kant y Fitche acabaron por preguntarse si era posible la vida racional no sólo para el individuo sino para la sociedad, y cómo podía lograrse esto último. Quiero ser libre para vivir como me manda mi voluntad racional. Un Estado racional sería un Estado gobernado por Leyes que ellos mismos habrían promulgado si se les hubiera preguntado qué querían en tanto seres racionales considerarían las fronteras correctas para seres racionales.

Sin embargo ¿quién determinará de hecho esa frontera? Los pensadores de esta línea sostenían que si los problemas morales y políticos son auténticos tienen que ser solubles, esto es, tiene que existir una única solución verdadera para cada problema. Desde este supuesto, se puede solucionar el problema de la libertad política mediante el establecimiento de un orden justo que otorgue a cada hombre la libertad entera a la que como ser racional tiene derecho.

La justicia y la igualdad son ideales que, en las sociedades existentes, todavía precisan de un cierto grado de coacción porque la supresión prematura de los controles sociales conduciría a la opresión de los más débiles y los menos dotados por los más fuertes, los más listos o los menos escrupulosos. Pero, de acuerdo con esta doctrina, es la irracionalidad de los hombres la que les conduce a desear oprimirse, explotarse o humillarse. Los hombres racionales respetarán el principio de la razón en el otro y no tendrán deseo alguno de combatir o dominar. El deseo de dominar es, en sí mismo, un síntoma de irracionalidad, y puede ser explicado y curado por métodos racionales. En una sociedad de seres perfectamente racionales el deseo de dominar a otros hombres estará ausente o será irrelevante. La existencia de la opresión, o la pasión por la misma, es el síntoma principal de que no se ha conseguido la verdadera solución a los problemas de la vida social. La libertad es autogobierno, es la eliminación de los obstáculos interpuestos a mi voluntad, cualesquiera que sean tales obstáculos.

Por otra parte, en la lectura también se indica, que un plan del todo racional, permitirá el desarrollo completo de su “verdadera” naturaleza, el despliegue de su capacidad para la toma de decisiones racionales, logrará que florezca lo mejor de ellos mismos como parte de la realización de mi propio yo verdadero. Todas las soluciones verdaderas a problemas auténticos tienen que ser compatibles; más aún, deben ajustarse en un único todo; pues esto es lo que implica el denominarlas racionales y el denominar armónico al universo.

Racionalidad es conocer las cosas y la gente tal como son: no utilizar piedras para hacer violines ni hacer tocar la flauta a los que han nacido violinistas. Si el universo está regido por la razón, entonces no es necesaria la coacción. Sus leyes serán las normas prescritas por la razón; sólo molestarán a aquellos que aún no han despertado a la razón o que no entienden las necesidades verdaderas de sus yoes verdaderos.

Locke afirma si la ley no existe, tampoco hay libertad, porque la ley racional equivale a la dirección de las acciones de un ser libre e inteligente hacia lo que es de su interés; y no prescribe más cosas de las que son necesarias para el bien general de quienes están sujetos a dicha ley. Montesquieu nos dice que la libertad política no consiste en hacer lo que uno quiera, ni en hacer aquello que permite la ley, sino en poder hacer lo que se debe querer. Burke proclama el derecho del individuo a ser refrenado en su propio interés pues ha de presumirse el consentimiento de toda criatura racional en concordar con el orden de cosas predispuesto.

En este sentido, los fines racionales de nuestras verdaderas naturalezas tienen que coincidir. La libertad no consiste en hacer cosas irracionales, estúpidas o equivocadas. Forzar a los yoes empíricos a que se ajusten a la horma correcta no es tiranía sino emancipación. Rousseau dice que si me doy por entero a la comunidad, se crea una entidad que, dado que se ha construido sobre la renuncia de todos sus miembros, no es onerosa para ninguno de ellos; en tal sociedad se nos informa, nadie tendría interés en dañar a nadie. Kant nos dice que cuando el individuo abandona por completo su libertad salvaje y sin ley para reencontrarla inmaculada en el estado de sujeción a la ley, entonces hay verdadera libertad porque esta dependencia es el resultado de mi propio actuar como legislador. La libertad, hasta entonces incompatible con la autoridad se convierte en algo prácticamente idéntico. Bentham señala que las leyes no sirven para emancipar sino para reprimir; toda ley es una infracción de la libertad, incluso si tal infracción conduce a un aumento de la suma total de libertad.

Una ley que me prohíbe hacer lo que como ser cuerdo no querría, no es una restricción a mi libertad. Sólo un único movimiento social tuvo la audacia de hacer explícito este presupuesto y asumir sus consecuencias: el movimiento anarquista.

No siendo óbice lo anterior, también surge una interrogante la cual estriba en ¿Cómo hacer racionales a los hombres en el sentido antedicho?. Sin duda, a través de la educación, porque los analfabetos son irracionales, heterónomos y necesitan de coacción, aunque sólo sea para hacer tolerable la vida de los racionales si han de vivir en la misma sociedad, y para que no tengan que escapar al desierto o a las cumbres olímpicas. Obligar es también un tipo de educación. La gran virtud de la obediencia se aprende de los superiores.

De igual forma se ha señalado que el fin del Estado es satisfacer tu deseo. La coacción está justificada si se trata de una educación que producirá personas esclarecidas en el futuro. La razón que hay en mi interior, para que triunfe, tiene que reprimir y eliminar mis bajos instintos que hacen de mí un esclavo; de igual manera los elementos superiores de la sociedad pueden ejercer la coacción necesaria para hacer entrar en razón a la parte irracional de la sociedad. Porque al obedecer al hombre racional nos obedecemos a nosotros mismos.

La humanidad es la materia prima sobre la que impongo mi voluntad creadora. Aunque mueran y sufran en el proceso, a través del mismo son elevados a una altura que nunca habrían alcanzado sin mi violación coactiva de sus vidas. Éste es el argumento utilizado por todos los dictadores, inquisidores y matones que buscan justificaciones morales o hasta estéticas a su comportamiento.

Comte expuso que sólo hay, en principio, una única forma de vida correcta; los sabios la dirigen de forma espontánea, por eso se les llama sabios. A los ignorantes hay que empujarles a esta vida por todos los medios sociales en poder de los sabios. Sólo la verdad nos hará libres y la única forma que tengo de aprender la verdad es haciendo ciegamente, hoy lo que tú, que la conoces, me ordenes o me obligues hacer, en la certeza de que sólo así alcanzaré tu percepción esclarecida y seré libre como tú.

Kant reconoce, al ocuparse de temas políticos, que no es concebible que una ley, pueda privarme de parte alguna de mi libertad racional. Con esto queda abierta de par en par la puerta al gobierno de los expertos. No se puede consultar a todo el mundo y en todo momento sobre cada decreto. La acción de gobierno no puede convertirse en un plebiscito continuo. Como legislador o gobernante, he de asumir que si la ley que impongo es racional entonces será inmediatamente aprobada por todos los miembros de la sociedad en tanto seres racionales. Pero si no la aprueban, pro tanto, son irracionales; entonces precisarán de la represión de la razón; y da igual que sea la mía o la de ellos porque los pronunciamientos de la razón han de ser los mismos en todas las inteligencias. Kant quizá protestase aduciendo que la esencia de la libertad del sujeto consiste en que él y sólo él se dé las órdenes a obedecer. Si esto lleva al despotismo, que aunque sea de los mejores o el de los más sabios sigue siendo despotismo, y resulta que es lo mismo que la libertad, coligiéndose la pregunta ¿no será que hay algún error en las premisas del argumento?, resultando pertinente enunciarlos una vez más:
1. Que todos los hombres tienen un único fin verdadero: el autogobierno racional;
2. Que todos los fines de todos los seres racionales han de ajustar necesariamente, en un solo patrón universal y armonioso, que algunos hombres pueden vislumbrar con más claridad que otros;
3. Que todo conflicto y en consecuencia toda tragedia, se debe únicamente al choque dela razón con lo irracional o con lo insuficientemente racional y que tales choques son, en principio, evitables, y de ocurrencia imposible en seres totalmente racionales;
4. Que cuando se haya logrado que todos los hombres sean racionales, obedecerán las leyes racionales de sus propias naturalezas, que son una y la misma en todos ellos, y así estarán simultáneamente sometidos a la ley y serán completamente libres.

LA BÚSQUEDA DE RECONOCIMIENTO.

El confundir la libertad con sus hermanas, la igualdad y la fraternidad, ha llevado a parecidas conclusiones iliberales.

Se ha pensado que puesto que vivo en una sociedad, todo lo que hago afecta a los demás y es afectado por lo que éstos hacen. Incluso la distinción entre la esfera de la vida privada y de la vida social, lograda por Mill, se desvanece si se la analiza al detalle.

No se trata, a fin de cuentas, de que mi vida material dependa de la interacción con otros hombres, sino de que algunas de mis ideas sobre mí mismo, quizá todas, y en particular la concepción que tengo de mi propia identidad moral y social, son sólo inteligibles en los términos de la red social a la que pertenezco.

La falta de libertad de la que se quejan muchos hombres y grupos no es otra cosa que falta de reconocimiento adecuado. Lucho contra esta degradación; no busco la igualdad jurídica de derechos, ni la libertad de hacer lo que quiera, sino un estado de cosas en el que pueda sentir lo que soy, porque se me considera que lo soy, un agente responsable cuya voluntad se toma en consideración porque tengo derecho a ello, incluso si se me ataca y se me persigue por ser lo que soy o por elecciones que hago.

Esto es anhelo y ansiedad de reconocimiento y posición; el más pobre de Inglaterra tiene tanto derecho a vivir como el más grande. Deseo que se me entienda y se me reconozca aunque esto pueda significar ser impopular o poco querido. Las únicas personas que pueden reconocerme así son los miembros de la sociedad. Mi yo individual no es algo que pueda separarse de mi relación con los demás o de aquellos atributos míos basados en su actitud hacia mí. Por tanto, cuando pido que se me libere, por ejemplo, de la condición de dependencia social o política, lo que demando es un cambio de actitud que tienen hacia mí aquellos cuya opinión y comportamiento ayudan a fijar la imagen que tengo de mí mismo.

Lo que demandan las clases oprimidas o las naciones oprimidas, por regla general, no es libertad de acción ilimitada por sus miembros. Lo que quieren, es el simple reconocimiento (de su clase o de su nación, de su color o su raza) como fuente independiente de actividad humana, como una entidad con voluntad propia que busca actuar en concordancia con ella y no ser gobernada, educada, dirigida, aún de la forma más benévola, como si no fuera completamente humana y, por tanto, como si no fuera completamente libre.

Kant hacía énfasis en que el paternalismo es el mayor despotismo imaginable. El paternalismo es despótico no porque sea más opresivo que la tiranía, sino porque es una afrenta a mi propia concepción como ser humano, determinado a conducir mi vida de acuerdo con mis propios fines y, sobre todo, con derecho a ser reconocido como tal por los demás. Porque si no soy reconocido de esta forma, entonces podría no reconocer, podría dudar, de mi propia afirmación como ser humano completamente independiente. Pero también puede que me sienta oprimido en tanto miembro de un grupo no reconocido o no suficientemente respetado. Entonces desearé la emancipación de toda mi clase, de mi comunidad, y puede ser tan fuerte este deseo que prefiera el chantaje y el mal gobierno de alguien de mi propia raza o de mi clase social, por el que a fin de cuentas soy reconocido como un hombre y un competidor, es decir, como un igual, al trato correcto y tolerante de alguien de un grupo superior y distante, alguien que no me reconoce por lo que quiero sentir que soy. Es este deseo de reconocimiento recíproco el que hace que haya gente que prefiera ser miembro, de forma consciente, de la democracia más autoritaria antes que de la oligarquía más ilustrada.

Sin embargo, no es con la libertad individual, tanto en el sentido negativo como en el sentido positivo de la palabra, con lo que, puede identificarse este deseo de posición y reconocimiento. Se trata de algo que los seres humanos necesitan de forma no menos profunda y por lo que luchan de forma apasionada. Aunque implica libertad negativa para todo el grupo, está más relacionado con la necesidad de asociación en igualdad de condiciones, todo lo que se llama a veces –de forma equívoca- libertad social.

La esencia del concepto de libertad tanto en sentido positivo como negativo es oponerse a alguien o algo; a los que se meten en mi terreno, o a los que afirman su autoridad sobre mí.

El deseo de reconocimiento es el deseo de algo distinto; de unión, de integración de intereses de una vida de común dependencia y sacrificio. El grupo del que se busca reconocimiento debe tener un grado suficiente de libertad negativa –respecto al control por parte de la autoridad exterior- puesto que si no es así, el reconocimiento que otorga a la persona que lo demanda no le proporcionará la posición que busca.

Lo que quieren aquellos que están dispuestos a trocar su libertad de actuación individual, y la de otros, por el reconocimiento de su grupo, y el reconocimiento de su posición dentro del grupo, no es meramente rendir su libertad en aras de la seguridad. Lo que buscan está más próximo a lo que Mill denominó “reafirmación pagana”, pero de forma colectiva y socializada.

Asimismo tienen el deseo de afirmar la personalidad de mi clase, de mi grupo o de mi nación, está conectado tanto con la respuesta a la pregunta “¿hasta dónde llega nuestro poder? E incluso más todavía con la respuesta a la pregunta ¿quién nos va a gobernar? –nos gobierne bien o mal, de forma liberal u opresiva pero por encima de todo ¿quién? Respuestas del tipo “representantes elegidos por mí y los demás libremente” se refieren al grado de libertad negativa que demando para mis actividades o las de mi grupo. Cuando ocurre que la respuesta a la pregunta a la pregunta ¿quién me va a gobernar? Es alguien o algo que puedo representarme como propio como algo que me pertenece, o a lo que yo pertenezco.

Es indudable que toda interpretación de la palabra libertad, por poco corriente que sea, ha de incluir un mínimo de lo que se ha denominado libertad negativa. Tiene que haber un espacio en el que se me deje en paz. La gran mayoría de la humanidad ha sacrificado esta libertad a la menor ocasión para otros fines: seguridad, posición, prosperidad y muchos otros valores que parecen incompatibles, con el logro del mayor grado de libertad individual, y desde luego no la necesitan como precondición de su propia realización.

Todo esto tiene poco que ver con la idea de Mill de libertad, limitada tan sólo por el peligro de causar daño a otros. Es el no reconocimiento de este hecho psicológico y político lo que, quizás, ha cegado a algunos liberales contemporáneos respecto al mundo en el que viven. Su alegato es claro, pero no toleran la multiplicidad humana de necesidades básicas, ni soportan el ingenio del que hacen gala los hombres al satisfacerlas, que muestra cómo el camino hacia un ideal conduce también a su contrario.

LIBERTAD Y SOBERANÍA.

La Revolución francesa fue una erupción del deseo de libertad “positiva” de autogobierno colectivo, por parte de un nutrido grupo de franceses que se sentían así liberados como nación.
Rousseau no entiende por libertad la libertad negativa del individuo del que no se le moleste dentro de un espacio particular, sino la posesión por todos los miembros competentes de una sociedad, y no sólo por unos pocos, de la participación en un poder público que tiene derecho a intervenir en todos los aspectos de la vida de los ciudadanos.

Mill explicó que el gobierno del pueblo no significa libertad para todos en el sentido en que él la entiende. Porque aquellos que gobiernan no son el mismo “pueblo” que aquellos que son gobernados, y el autogobierno democrático no es el gobierno de “cada uno por sí” sino, como mucho, “el de cada uno por todos los demás”.

Benjamin Constant apuntó que la soberanía, de unas manos a otras no aumenta la libertad sino tan sólo desplaza la carga de la esclavitud. Asimismo vio que el principal problema para aquellos que desean la libertad “negativa”, individual, no es quien ostenta la autoridad, sino cuánta autoridad ha de ponerse en manos de cualquier tipo de gobierno, porque creía que la autoridad ilimitada, necesariamente, al margen de quien la tenga a su alcance, tarde o temprano, acaba por destruir a alguien.

La democracia puede desarmar a una oligarquía, a un individuo o a un grupo de individuos privilegiados, pero también puede aplastar sin piedad a las personas, igual que a los gobernantes anteriores. El gobierno popular entonces, no es más que una tiranía convulsiva: el gobierno monárquico no es más que un despotismo concentrado. Constant vio en Rousseau al más peligroso enemigo de la libertad individual porque había dicho que dándose cada cual a todos no se da a nadie.

Hobbes, por otro lado, no tenía la pretensión de que los soberanos no esclavizasen sino que justificó tal esclavitud, y al menos no tuvo la desvergüenza de denominarla libertad.

Durante todo el siglo XIX los pensadores liberales defendieron que si la libertad consiste en limitar el poder a aquellos que quieran forzarme a hacer lo que no deseo o desearía, entonces si soy coaccionado en nombre de un ideal, no soy libre; la doctrina de la soberanía absoluta es una doctrina tiránica en sí misma. Si deseo conservar mi libertad hay que crear una sociedad en la que haya fronteras de libertad que nadie estará autorizado a invadir. Se le pueden dar distintos nombres o naturalezas, a dichas fronteras se les puede llamar derechos naturales, palabra de Dios, ley natural y se puede creer que son válidas a priori, afirmar que son mis propios fines últimos o que son los fines de mi sociedad o cultura. Lo que tienen en común todas esas normas es la amplitud de su aceptación, y están tan firmemente fundadas en la naturaleza presente del hombre que llegan a constituir una parte esencial de lo que entendemos por ser humano normal.

La democracia como tal no está lógicamente ligada a ese tipo de libertad, es más, quizá para los liberales, el principal valor de los derechos políticos, de participación en el gobierno, es el de ser medios para la protección de los que consideran el valor último, a saber, la libertad individual, negativa.

Para Constant, Mill y Tocqueville, ninguna sociedad es libre a menos que esté gobernada por dos principios interrelacionados, a saber:

1. Que solamente los derechos, y no el poder, se consideren absolutos, de manera que todos los hombres, posean un derecho absoluto a rechazar comportarse de forma inhumana, y
2. Que hay fronteras que no están trazadas de forma artificial, dentro de las cuales los hombres son inviolables. Estas fronteras están definidas en términos de normas ampliamente aceptadas.

Las normas previamente aducidas, se violan cuando se declara a un hombre culpable sin haber sido juzgado o cuando se le castiga mediante una ley retroactiva, cuando se ordena a los niños que denuncien a sus padres, los amigos a que se traicionen entre sí o a los soldados a que cometan salvajadas. Tales actos, aunque sean legales según el soberano, causan horror hoy en día, y este horror emana del reconocimiento de la validez moral de determinadas barreras absolutas frente a la imposición de la voluntad de un hombre sobre otro. La libertad de una sociedad, de una clase o de un grupo, en este sentido, la palabra libertad, se mide por la solidez de tales barreras y por el número e importancia de las posibilidades a disposición de sus miembros, si no para todos, al menos para un gran número de ellos.

Éste es casi el extremo opuesto respecto a los propósitos de los que creen en la libertad en su sentido “positivo” –de autogobierno. Los primeros querían limitar la autoridad en cuanto tal. Estos últimos quieren que pase a sus manos.

LO UNO Y LO MÚLTIPLE.

Se apoya en la convicción de que todos los valores positivos en que han creído los hombres tienen que ser, en último término, compatibles, e incluso implicarse unos a otros. La verdad, la virtud y la felicidad están unidas a la cadena eterna de los destinos humanos. Es un lugar común que ni la igualdad política, ni la organización eficiente, ni la justicia social son compatibles más que con un poco de libertad individual.

Admitir que la satisfacción de algunos de nuestros ideales puede hacer en principio imposible la satisfacción de otros significa afirmar que la idea de una satisfacción humana total es formalmente una contradicción, una quimera metafísica.

Los hombres conceden un valor inmenso a la libertad de elección. Si tuvieran la seguridad de que existe un estado perfecto, realizable por los hombres en la tierra, en el que no hubiera conflicto entre los fines que ellos persiguen, entonces desaparecerían la urgencia y la angustia de la elección y con ellas la importancia crucial de la libertad de elección. El uso de cualquier método estaría justificado para acercarse a ese estadio último, sin que importara cuánta libertad habría que sacrificar en el avance.

El concepto de libertad positiva es central en las exigencias de autogobierno nacional o social que animan a los movimientos públicos más poderosos y más justos en sentido moral de nuestro tiempo, y que no reconocer esto es malinterpretar los hechos y las ideas más vitales de nuestra época. En tal sentido, es falsa la creencia de que, en principio, hay una fórmula única mediante la cual se puede realizar de forma armónica a todos los fines de los hombres. Si los fines de los hombres son múltiples y no todos ellos son en principio compatibles entre sí, entonces la posibilidad de conflicto nunca podrá eliminarse de la vida humana, tanto de la personal como de la social.

Esto no quiere decir que la libertad individual sea, hasta en las sociedades más liberales, el único criterio o el criterio dominante de acción social, ya que la visión que tengamos de qué constituye una vida humana satisfactoria, mediante la que nos guiamos consciente o inconscientemente, y que oponemos a lo que Mill denominó naturalezas contractuales y achatadas, aplastadas y retrógradas. Defender leyes de censura o las que regulan la moral personal, implicar sostener que hay necesidades que no son esenciales o que no pueden satisfacerse sin sacrificar valores más altos que la libertad individual y que esto puede determinarse mediante un patrón que no sea subjetivo, un patrón para el que se reclama el estatuto de objetividad, empírica o a priori.

Mantener nuestras categorías o ideales absolutos a costa de vidas humanas ofende por igual a los principios de la ciencia y a los de la historia. Esta actitud se encuentra hoy día en la derecha y en la izquierda, y es incompatible con los principios aceptados por aquellos que respetan los hechos.

El pluralismo que implica libertad negativa parece un ideal más verdadero y más humano que los fines de aquellos que buscan en las grandes estructuras disciplinarias y autoritarias el ideal del autocontrol positivo de las clases, de los pueblos o de la entera humanidad. Es más verdadero porque reconoce el hecho de que los fines humanos son múltiples, son en parte inconmensurables y están en permanente conflicto. Suponer que todos los valores pueden medirse con el mismo patrón, de forma que sea mera cuestión de examen saber cuál es superior, parece una forma de ocultar que sabemos que los hombres son agentes libres, y aparentar que las decisiones morales pueden tomarse, en principio, mediante una regla de cálculo. Afirmar que hay una síntesis última que lo reconcilia todo, todavía por realizarse, en la que deber e interés son lo mismo: libertad individual y democracia pura o Estado autoritario son lo mismo; libertad individual y democracia pura o Estado autoritario son lo mismo, es tapar con metafísica lo que no es sino autoengaño o pura hipocresía. Es más humano porque no priva a los hombres de aquello que se les ha hecho indispensable para su vida, en tanto seres humanos imprevisibles y que se transforman, en nombre de un ideal remoto e incoherente. A la postre, los hombres eligen entre valores últimos; eligen del modo en el que lo hacen porque sus vidas y sus pensamientos están determinados, al menos en espacios y tiempos largos, por conceptos y categorías morales fundamentales que forman parte de su ser, de su pensamiento y del sentido de su propia identidad. Son parte de lo que les hace humanos.

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